Desempleo, pobreza y deserción escolar los vuelven mano de obra del narco
Velvet González
En estados como Chihuahua, principalmente en las comunidades de la zona serrana, los jóvenes son reclutados para cuidar residencias, llevar pequeños cargamentos hacia Estados Unidos o, en el peor de los casos, como asesinos para “quitar a los enemigos de sus patrones”, muestra el estudio Jóvenes y Narcocultura.
También son usados como “puchadores”, término con el que se conoce a los vendedores de droga al menudeo, es decir, los jóvenes están en la base de la pirámide, “hacen el trabajo sucio”: la vigilancia, el traslado de la droga, la venta al menudeo, y también son utilizados como choferes.
Para muchos adolescentes y jóvenes ser narcotraficante o asesino de un grupo criminal es mucho más que un juego, pues son ellos quienes alimentan la base operativa de los grupos delictivos del país, “son la mano de obra del narco”.
Además del desempleo, la pobreza y la deserción escolar, hay otro factor que empuja a los jóvenes a involucrarse en el contrabando de drogas, pues en muchas zonas del país, el narcotráfico se ha instalado como una forma de vida, ya es parte de la cultura.
Es prácticamente el camino natural que sigue la mayoría de los jóvenes que viven en estas regiones y por ello la probabilidad de que alguien ingrese a las filas del narco o de los grupos de sicarios, es mucho mayor cuando se tiene una mayor afinidad cultural con quienes reclutan.
De esta forma, la narcocultura ha penetrado en la mentalidad de muchos adolescentes al grado de que hay una aspiración a pertenecer a los cárteles por el hecho de obtener un auto de lujo, armas, dinero y droga.
VIVIR RÁPIDAMENTE ES LO QUE BUSCAN
Chihuahua, al igual que Sinaloa, Sonora, Durango y Tamaulipas, se caracteriza por ser de las zonas más antiguas del país en cuanto a producción y tráfico de drogas, pues en estos lugares el narcotráfico tiene una historia de por lo menos 70 años y se ha enraizado tanto que es parte de la cultura local; los niños nacen y crecen rodeados de violencia e historias de traficantes, muestra el estudio Jóvenes y Narcocultura, elaborado por la Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana Federal.
El narcotráfico se ha enraizado tanto que es visto por la población como una forma de vida, sin cuestionar la ilegalidad de su carácter y la violencia vinculada a éste.
Además de los estados fronterizos, en este nuevo mapa resaltan comunidades de Michoacán y Guerrero. En opinión de algunos investigadores como Luis Astorga, son lugares donde el Estado no tiene una presencia, en los que se ha vivido un abandono social histórico.
“A partir del honor se constituye una parte muy importante del sistema valoral del crimen organizado”, se señala en el estudio en el que se explica que la valentía, la lealtad familiar y de grupo, la protección y la venganza, son valores que constituyen ese marco.
Por ejemplo, se explica, la deslealtad o traición a los líderes o el intento de abandonar la organización, se castiga mediante la violencia física.
También forman parte de ese sistema modelos de comportamiento caracterizados por un gran «anhelo de poder», en una búsqueda casi compulsiva de placer y el prestigio social, y de igual manera una visión fatalista del mundo, o una “desvalorización de la vida”.
Los involucrados en el narcotráfico buscan vivir rápidamente porque no hay un horizonte a largo plazo, ya que los pueden matar en cualquier momento.