Jesucristo ocupa un lugar central en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la cual lleva Su nombre. Los miembros de la Iglesia creen que Jesús es el Hijo de Dios, el Hijo Unigénito en la carne (Juan 3:16). Los Santos de los Últimos Días aceptan las declaraciones proféticas del Antiguo Testamento que se refieren directa y efectivamente a la venida del Mesías, el Salvador de toda la humanidad. Los miembros de la Iglesia también aceptan la relación que da el Nuevo Testamento en cuanto al nacimiento, la vida y el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesucristo
Cada oración hecha en casa y cada sermón pronunciado en la capilla se concluyen en el nombre de Jesucristo. Los emblemas de la Santa Cena (similar a la comunión) que se toman cada semana en los servicios de adoración son símbolos de Su expiación. Cristo, al igual que Su Padre, tiene un cuerpo físico: el mismo cuerpo con el cual salió caminando de la tumba después de Su resurrección y que invitó a Sus apóstoles a “palpar y ver” (véase Lucas 24:39).
Como el único hombre perfecto que ha existido, Jesús dio en Su vida el ejemplo para que todos lo siguieran. Puesto que los humanos no son perfectos, el sacrificio expiatorio de Cristo paga el precio del pecado bajo la condición del arrepentimiento individual. Su sacrificio también permite que toda la humanidad resucite a la inmortalidad. Él es el Salvador, y en un tiempo futuro será el Juez.
Jesucristo es el Salvador del mundo y el Hijo de Dios. Él es nuestro Redentor. Cada uno de estos títulos señala la verdad de que Jesucristo es el único camino por el que podemos volver a vivir con nuestro Padre Celestial.
Jesús padeció y fue crucificado por los pecados del mundo, dando así a cada uno de los hijos de Dios el don del arrepentimiento y del perdón. Solamente por medio de Su misericordia y Su gracia cualquier persona puede salvarse. Su posterior resurrección preparó el camino para que cada persona pudiera superar también la muerte física. A estos acontecimientos se les denomina la Expiación. En pocas palabras, Jesucristo nos salva del pecado y de la muerte. Por ese motivo es, literalmente, nuestro Salvador y Redentor.
En el futuro, Jesucristo volverá a reinar en la tierra en paz durante mil años. Jesucristo es el Hijo de Dios y Él será nuestro Señor para siempre.
Thomas S. Monson, presidente de la Iglesia declaró: “Con todo mi corazón y el fervor de mi alma levanto mi voz en testimonio, como testigo especial, y declaro que Dios vive; Jesús es Su Hijo, el Unigénito del Padre en la carne. Él es nuestro Redentor y nuestro Mediador ante el Padre. Fue Él quien murió en la cruz para expiar nuestros pecados. Él fue las primicias de la resurrección, y gracias a Su muerte todos volveremos a vivir… Ruego que todo el mundo lo sepa y viva de acuerdo con este conocimiento”.