Indígenas en Chihuahua: de la marginación a la pandemia del Covid-19
Por: Nadia Sosa Vázquez
¿De veras que es igual para todos? Para quien escucha y ve en la televisión y otros medios las cotidianidades de la gente famosa y de los ricos, lo que se ve son cuadros idílicos con artistas cantando, produciendo, compartiendo sus creaciones y su alegría, o personas cuidando la dieta y ejercitándose, entreteniéndose en futilidades. “¡Quédate en casa”, es la consigna, y esa situación es considerada por estos privilegiados como una oportunidad para “fortalecer los lazos familiares” o para “poner a prueba la fortaleza del carácter” y otras cosas que resultan incomprensibles en otras dimensiones dentro del mismo México, en las dimensiones de la pobreza y la miseria. Aquí es válido traer las expresiones clásicas citadas por Federico Engels, de la autoría de Ludwig Feuerbach, en su genial ensayo “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”: «En un palacio se piensa de otro modo que en una cabaña»; «el que no tiene nada en el cuerpo, porque se muere de hambre y de miseria, no puede tener tampoco nada para la moral en la cabeza, en el espíritu, ni en el corazón».
Del lado de la gente humilde, el mundo se ve desde otra perspectiva: “Yo pienso que, para nosotros, tarahumaras, es imposible quedare en casa porque vivimos al día para llevar comida en nuestras casas. Y pienso en la desigualdad (entre las clases) media o alta y en la clase baja, ya que ellos sí tienen que quedarse en casa para pasar la cuarentena, y nosotros tenemos que trabajar”, dijo Cruz Sánchez Lagarda, ex gobernador indígena de El Manzano, municipio de Urique en Chihuahua, cuando escucha la petición gubernamental de “Quédate en casa”.
En su reportaje “Sierra Tarahumara bajo riesgo por tercera fase tardía del Covid-19”, la periodista chihuahuense Patricia Mayorga Ordóñez, cita también al sacerdote Héctor Fernando Martínez, quien explica que varias personas de las comunidades del municipio de Bocoyna, se dedican a la artesanía y algunas mujeres al trabajo en casa. “La mayoría de ellas y de ellos son agricultores que van durante el año a diferentes municipios para trabajar en el desahije y la pizca de manzana, en la cosecha de chile, de cebolla, entre otros, según la temporada”.
Hay muchas personas indígenas desempleadas a partir de la pandemia, porque también están cerrados los internados. Las niñas, niños y adolescentes están en sus comunidades y gran parte de los padres y madres de familia, están desempleados. “Este año, algunas huertas manzaneras retrasaron el proceso de desahije por la situación, sin embargo, algunas empresas sí han ido por ellos para trabajar, pero sin cuidar los protocolos. Los llevan en camionetas de redilas, amontonados, por lo que los representantes de la iglesia les han pedido que implementen medidas sanitarias para trasladarlos”, escribe Mayorga Ordóñez, quien es corresponsal en Chihuahua de la revista Proceso, y que fue galardonada por el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), con el Premio Internacional a la Libertad de Prensa 2017 en la ciudad de Nueva York.
Cabe preguntar por qué los indígenas son el blanco preferente para todo tipo de maltratos sociales, económicos e incluso raciales.
Sabemos que la etnia rarámuri y las otras etnias de Chihuahua, son esencialmente pobres, debido a que históricamente han sido destinadas a servir de mano de obra barata en los aserraderos, en el corte de madera, así como en los diversos trabajos agrícolas. Aquí ya no se trata de casos individuales, porque la burguesía dominante solamente hace uso de los recursos de que dispone, y el tarahumara es eso, un recurso económico que se puede adquirir por unos cuantos pesos. El fondo
de todo esto es la marginación histórica en la que ha vivido esta etnia, los rarámuris, también llamados tarahumaras, junto con los otros tres pueblos (los pimas, los huarojíos y los tepehuanes) que han sobrevivido al exterminio a que los sometió, primero, el sistema feudal y esclavista de los conquistadores europeos, y después, la explotación, el despojo de sus tierras y el estado de marginación en que los tiene el actual capitalismo depredador.
La alta marginación y la falta de todo tipo de servicios, es predominante en todas y cada una de las comunidades rurales indígenas. Ya ni hablemos de los ingresos de su población trabajadora. En lo que ya se convirtió en la norma en Chihuahua, hay enganchadores que se llevan grupos de jornaleros indígenas de la Sierra y los entregan en manos de capataces al servicio de los grandes agricultores que no se tientan el corazón para pagarles salarios de verdadera miseria, por jornadas alargadas y agotadoras, y que someten a esta fuerza laboral a condiciones de esclavitud, pagándoles, por ejemplo, nominalmente 150 pesos diarios, pero descontándoles la mitad o más por darles alimentos mal hechos y alojamientos en condiciones inhumanas.
Cuando hablamos de injusticias tales y de la marginación en que sobreviven las etnias indígenas, corremos el riesgo de tomar partido por quienes han propuesto la liberación de estos conglomerados sociales como si fueran naciones que debieran independizarse. Hay toda una corriente en el país y en el mundo, que ora se reaviva, igual que de repente pierde terreno al quedar fuera de la moda sociológica del momento, pero que afirma que lo correcto sería que los indígenas lucharan por “liberarse” del yugo de “la sociedad mestiza” que los somete y subyuga. Pero estas verdades a medias se revelan como premisas falsas, como mentiras, en cuanto aplicamos el criterio del materialismo histórico: En la sociedad capitalista en que vivimos, la lucha por la liberación de los oprimidos no puede darse bajo la forma de luchas particulares, como si pudiéramos hacer esas divisiones entre los mismos explotados por el capital. El indígena, en efecto, es explotado por los mestizos, quienes en gran medida lo maltratan y lo discriminan. Pero la única liberación posible de toda explotación se va a producir cuando los explotados, independientemente de que sean blancos o negros, indígenas o mestizos, hombres o mujeres, se den cuenta de que en la sociedad capitalista, la contradicción principal no es la de una raza o una etnia contrapuesta con las otras. La contradicción fundamental en la sociedad capitalista se basa en que una ínfima minoría vive del trabajo de la inmensa mayoría de la población, es decir, que los grandes capitalistas son propietarios de los medios de producción, y compran la fuerza de trabajo de los asalariados del mundo y les remuneran tan sólo una cantidad de efectivo que equivale al precio del conjunto de las mercancías que necesita el obrero para simplemente reponer sus fuerzas y poder regresar al trabajo al día siguiente. La diferencia en el ingreso entre una clase y otra, entre los poseedores de toda la riqueza y los productores directos que no son remunerados, es un abismo como el que hay entre el cielo y la tierra. Y ésta es la fuente de toda desigualdad y de toda miseria, y de las diferencias entre las clases sociales.
Los explotados tienen enfrente a su enemigo en el sistema que eterniza la pobreza y las carencias de las mayorías. Por ello, y más ahora con la tremenda y profunda crisis que trajo la pandemia del Covid-19 y que está provocando más pobreza y desigualdad, los pobres deben imponerse como meta, ponerse al frente del gobierno de su nación y colocar ahí a sus representantes más dignos. Los indígenas deben unirse a y organizarse con sus hermanos de clase, los obreros, los trabajadores, para luchar por la liberación en general del pueblo. Formar así un solo proyecto para establecer un nuevo modelo económico que favorezca a los más desprotegidos, que impulse un desarrollo económico y social que sea favorable a los hoy desprotegidos y marginados, y para que nadie se quede sin los beneficios que produce el trabajo humano, y que hoy están en manos de un puñado ridículamente pequeño de grandes ricos.