Un niño había quedado huérfano en Puerto Vallarta. Las estupendas playas de esa localidad mexicana habían atraído a un matrimonio canadiense, que había comprado una vivienda en la zona.
Cuando la pareja pasó por un orfanato que quedaba cerca de la casa vacacional, alcanzó a ver al pequeño, llamado entonces Jesús de Dios. Así surgió la historia de Rodolfo Dickson, el joven que representó a México ayer en los Juegos Olímpicos de Invierno. Está claro que Dickson cree en el destino.
«Sí, yo creo muchas veces que tu destino existe ya, pero tienes que trabajar», comentó Dickson tras participar en el eslalon gigante, donde ocupó el 48vo puesto entre 110 participantes. «Supongo que tuve suerte de que mis padres se enamoraran de mí, de que me llevaran a Canadá».
Quisiera haber tenido un poco más de fortuna durante la competición en el Centro Alpino de Yongpyong.
«No hice lo mejor que podía, la pista estaba bien, pero había ciertas zonas difíciles y preferí terminar el recorrido», contó en la zona mixta.
Logró concluir las dos mangas, algo de lo que no pueden jactarse otros 35 competidores, como el argentino Sebastiano Gastaldi, quien sufrió una aparatosa caída en la primera fase, o el local Donghyun Jung, quien provocó el azoro del público cuando se estrelló contra un puesto de voluntarios y camarógrafos.
Varios esquiadores se quejaron de que la nieve estaba endurecida y la pista presentaba varias superficies irregulares. No fue nada que asustara a Dickson, el joven desenfadado de 20 años, que ha superado muchas dificultades como para amedrentarse en el máximo escenario del deporte que abrazó cuando sus padres volvieron con él a Canadá.
Quedó huérfano a los 9 meses. La feliz adopción llegó cuando tenía 3 años. El proceso de adaptación no fue tan sencillo.
«Pensaban que tenía alguna discapacidad, porque tenía dificultades para hablar», comentó Dickson, con una sonrisa tímida.
Algún especialista llegó a diagnosticar trastornos de aprendizaje. Otro se alarmó por el hecho de que Dickson siguiera usando pañales y no pronunciara palabra. Cierto profesor vaticinó que tendría problemas para concentrarse en la escuela o en otra actividad.
«Tal vez lo único que pasaba es que yo no encontraba la forma de hacer la transición entre hablar español o inglés», especuló.
Hoy se comunica en esa segunda lengua. De español sabe muy poco. «Enchiladas», refiere por ejemplo cuando se le pregunta cuál es su platillo mexicano predilecto.
Residió primero en la población canadiense de Oakville, y durante un viaje a Quebec descubrió el esquí. Se mudó después a Vancouver, donde reside y entrena actualmente. Pero decidió representar a México por razones que ni siquiera él alcanza a explicar.
«Creo que había dentro de mí algo que me seguía recordando a México. Adoro todo lo que representa este país, porque mis padres siguieron hablándome de mis orígenes mexicanos. Nunca me lo ocultaron, y me encanta el apoyo que he recibido de los fanáticos mexicanos», expresó. «La parte del apoyo económico se la sigo debiendo principalmente a mi mamá, que ha hecho muchos gastos para que yo llegue a los Juegos Olímpicos».
Dickson dice que su objetivo deportivo era terminar entre los primeros 30 en la competencia dominical. Considera posible perseguir esa meta en Beijing 2022.
Y afirma que lo haría otra vez con México, país al que representó orgulloso, enfundado en el uniforme con las calaveras del Día de Muertos, diseñado por Hubertus von Hohenlohe, el descendiente de la nobleza alemana que compitió por la delegación azteca en cuatro Juegos Olímpicos de Invierno, desde 1984 hasta 2014.
«Me encantan estos uniformes», dijo Dickson. «Y sí conozco la tradición del Día de Muertos, cuando los mexicanos hacen un homenaje a la gente que ya no está».
Tal como la ofrenda que representó el desempeño de Jesús de Dios para los padres mexicanos a quienes no recuerda.
Rodolfo Dickson, de México, completa su primer recorrido en el eslalon gigante en los Oímpicos de Invierno. (AP)