POR: JOSÉ LUIS JARAMILLO VELA
Sucedió en febrero de 1847 en medio de la invasión estadounidense a México, el Presidente de Estados Unidos, James Knox Polk estaba decidido a anexar México a los Estados Unidos; Polk era un presidente con desmedidos apetitos intervencionistas, un fiel representante de la política intervencionista y expansionista de ese país. Bajo ese esquema, y alentado por la carta que le envió su Cónsul en la Ciudad de México, John Black, en la que describe tristemente cómo nos veían los extranjeros: le cuenta que no se explican (los diplomáticos), como es posible que en un país invadido, los mexicanos están más ocupados en destruirse entre ellos que en defender su país; le dice también que esa conducta nos exhibe como incapaces de gobernarnos a nosotros mismos, por lo que no ve otra alternativa que someter y anexar México a los Estados Unidos.
El Presidente Polk ordena al Secretario de Defensa, General Zachary Taylor (quien sería su sucesor en la presidencia), que disponga todo para la invasión a México; Taylor designa a los Generales John Anthony Quitman y Winfield Scott, para hacerse cargo de la invasión, Quitman atacará invadiendo por Monterrey y Scott atacará con la flota naval, invadiendo por Veracruz. En México estaban recién estrenadas las llamadas “leyes de manos muertas”, las cuales despojaban al clero y a la Iglesia de todos sus bienes y propiedades, este hecho tenía indignada a la Iglesia y desde luego a El Vaticano; en vista de la situación, el Presidente Valentín Gómez Farías decide enajenar los bienes eclesiásticos para sufragar los gastos de la guerra contra la invasión estadounidense, desatando con ello la ira y la furia de la Iglesia Católica Mexicana y por supuesto, del Papa Pío IX (Giovanni María Battista Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti), o Pío Nono, como era conocido.
Aquí la historia se divide en dos eventos históricos, ambos antipatrióticos, considerados como Traición a la Patria, y que desencadenaron la pérdida de un poco más de la mitad del territorio nacional; veamos cada uno de estos hechos. Por una parte, el frívolo, excéntrico y megalómano General Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, quien se hacía llamar “Generalísimo”, había partido de la Ciudad de México con un ejército de cinco mil hombres rumbo a San Luis Potosí, con la finalidad de hacerle frente al ejército gringo comandado por el General John Quitman, que ya había cruzado a Texas, que era parte de México; desde San Luis Potosí, Santa Anna envió una sección de tropas que fué ampliamente derrotada en Monterrey; tras esta victoria, Quitman se apresta a avanzar sobre Saltillo y Santa Anna va a tratar de impedirlo con el resto de sus tropas, encontrándose el 21 de febrero de 1847 ambos ejércitos en el lugar conocido como “Puerto de la Angostura”, cerca de Saltillo, Coahuila, desatándose una feroz batalla.
La diferencia era enorme, un ejército invasor muy bien armado, bien uniformado, bien alimentado y pagado, contra un ejército mal armado, mal uniformado y peor pagado, donde los únicos bien alimentados y pagados eran Santa Anna y sus oficiales; pero eso sí, los soldados eran hombres con un enorme patriotismo, dispuestos a defender a su país a toda costa. Durante los días 21 y 22 de febrero de 1847, se libraron feroces combates, el ejército mexicano había causado muchas bajas a Quitman y les había recogido innumerables armas, municiones y artillería; al caer la noche del día 22 de febrero, el ejército de Quitman estaba en desventaja, era cuestión de que amaneciera para que los mexicanos los aniquilaran; la moral y el ánimo de los soldados mexicanos estaba por las nubes. De una manera totalmente inexplicable, esa noche, Santa Anna ordena la retirada estando tan cerca de la victoria, causando el desánimo y el enojo de los soldados mexicanos, que nunca antes estuvieron tan cerca de derrotar a los gringos; lo cierto es que realmente nunca se supieron los motivos que tuvo Santa Anna para desistir de una muy segura victoria. Algunos historiadores consideran que Santa Anna fué negligente, otros consideran que simplemente esa noche le llegaron al precio y pudo más su ego y sus ambiciones personales que su amor por la Patria; en lo que sí coinciden todos los historiadores es en que cualquiera que fuese el motivo, fue un claro acto de Traición a la Patria por parte de Santa Anna. Tal vez los acontecimientos de otro hecho histórico simultáneo y relacionado con este, el cual veremos a continuación, nos den luz sobre los motivos de Santa Anna.
LOS POLKOS
La partida de Santa Anna con cinco mil hombres para enfrentar a Quitman, había dejado muy diezmadas las posibilidades del Presidente Valentín Gómez Farías para enfrentar al General Winfield Scott, que ya estaba en Veracruz con la Armada y la Marina de Estados Unidos; por lo que Gómez Farías tuvo que enviar a la División de Oriente a defender el Puerto de Veracruz, con pocos hombres, muchos de ellos patriotas voluntarios. Al mismo tiempo, Gómez Farías se ve obligado a echar mano de tres mil hombres, de una reserva llamada Guardia Nacional, comandada por el General Matías de la Peña Barragán y conformada por oficiales y tropa pertenecientes a las clases acomodadas de esa época; digamos que la Guardia Nacional de aquellos años estaba formada por juniors con aspiraciones
militares que se unían a esa reserva. La Guardia Nacional estaba dividida en cinco batallones: Independencia, Bravos, Victoria, Mina e Hidalgo; cada batallón respectivamente al mando de los Generales Pedro María Anaya, Vicente García Torres, José María Lafragua, Mariano Otero y Lucas Balderas, todos ellos militares pertenecientes a la aristocracia y con el General Matías de la Peña Barragán como Comandante General. Por su parte, la Iglesia ya se había propuesto derrocar al gobierno de Valentín Gómez Farías, al verse desposeída de sus bienes y propiedades por las leyes de manos muertas y no se iba a quedar de brazos cruzados; por lo que, aprovechando sus estrechos lazos con los generales de la Guardia Nacional, ya que todos ellos pertenecían a familias muy católicas, y no estaban de acuerdo con las ideas liberales del gobierno, inician una conspiración para derrocar al Presidente Gómez Farías.
El 27 de febrero de 1847, en una de las habitaciones del Hotel de la Bella Unión, en la Ciudad de México, se reúnen para fraguar la rebelión y el golpe de estado, el General Matías de la Peña Barragán, jefe de la Guardia Nacional, el Deán Juan Manuel de Irisarri, enviado por la Iglesia Católica y el agente estadounidense Moses Yale, enviado directo del Presidente James Polk; se dice que ahí mismo el espía Moses Yale le entregó un primer pago de cincuenta mil dólares en efectivo al General Matías de la Peña Barragán, para iniciar el golpe de estado. De tal manera que cuando Gómez Farías quiso movilizar a la Guardia Nacional para enviarlos en apoyo a la División de Oriente en la defensa del Puerto de Veracruz, ya el General Matías de la Peña y toda la Guardia Nacional, se habían pronunciado en contra del Presidente Valentín Gómez Farías, dando inicio al golpe de estado. A estos integrantes de la Guardia Nacional se les comenzó a llamar los “Polkos”, por el hecho de que habían traído de Europa el baile de la Polka que se bailaba en sus fastuosas fiestas; también se les llamó así, por haber tomado partido por el Presidente Polk, para actuar en contra de los intereses de México.
El 9 de marzo, Santa Anna, después de haber traicionado a la Patria, entregando una victoria segura al enemigo, le envía cuatro mil hombres a Gómez Farías, supuestamente para apoyarlo, pero de manera ruin y traicionera, con una bajeza de la peor calaña, estas tropas se unen a los Polkos de la Guardia Nacional, entonces Santa Anna le envía un mensaje al Presidente, diciéndole que está dispuesto a asumir la Presidencia de la República, para calmar las aguas y pacificar a la gente. Finalmente, Valentín Gómez Farías no puede soportar tantas traiciones y el 21 de marzo de 1847 se consuma el golpe de estado. Santa Anna ya había levantado sospechas desde que inexplicablemente entregó la Batalla de Angostura, luego con esos cuatro mil hombres que estaban haciendo falta para la defensa de Veracruz, él los tenía estacionados en San Luis Potosí, estos hechos empiezan a desnudar la participación de Santa Anna en la conspiración.
Dos días después, el 23 de marzo de 1847, Antonio López de Santa Anna, quien ni siquiera tuvo el valor de entrar a la Ciudad de México, jura como Presidente de la República en las afueras de la ciudad ante una comisión del Congreso, haciéndose llamar “Su Alteza Serenísima”, confirmando con esto su participación en la conspiración.
Estos acontecimientos abrieron la puerta para que el 2 de febrero de 1848 se firmaran los Tratados de Guadalupe Hidalgo, mediante el cual México pierde el 55% de su territorio, entregando Arizona, California, Nuevo México, Texas, Colorado, Nevada y Utah, a cambio de un pago de quince millones de dólares; por México firmaron Bernardo Couto, Miguel Aristáin y Luis Cuevas; por Estados Unidos firmó Nicholas Trist, Comisionado de Paz de ese país. Antonio López de Santa Anna tenía todo bien planeado, cedió la Presidencia de la República a Manuel de la Peña y Peña, quien era Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para que no apareciera su nombre en el tratado, retomando después la Presidencia.
Al final, y con el paso del tiempo, a Antonio López de Santa Anna, al General Matías de la Peña Barragán, Jefe de la Guardia Nacional o Polkos, y a los Generales Pedro María Anaya, Vicente García Torres, José María Lafragua y Lucas Balderas Jefes de Batallón de los Polkos, así como al Deán Juan Manuel de Irisarri, la historia ha juzgado que en estos hechos traicionaron a la Patria, con excepción de Mariano Otero, quien se opuso férreamente a la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo y quien después sería el artífice del Juicio de Amparo.
José Luis Jaramillo Vela