Granada (España), 6 oct (EFE).- Granada se ha convertido durante dos días en el epicentro europeo con una doble cita tan de altura como su Mulhacén, la cumbre más alta de la península ibérica. Un desafío organizativo que le ha cambiado la cara a una ciudad que ha lucido monumental, como la Alhambra que enmarca para siempre la foto de posibles acuerdos internacionales.
La capital nazarí se ha pintado de azul europeo, el mismo tono de la granadina cerámica de Fajalauza, las banderas de la Unión y las alfombras que dirigen los pasos del medio centenar de mandatarios que se han dado cita en la doble cumbre que ha mostrado al mundo la imagen de una ciudad que ha estado a la altura.
La presidencia española del Consejo de la UE en este segundo semestre del año ha regalado a Granada, una ciudad que pelea por mejores conexiones, la oportunidad de ampliar su aeropuerto y reforzar trenes.
La cumbre también ha puesto a prueba la «malafollá» de esta tierra acomodada en los quejíos del cante jondo, una ciudad que pese a todo el trajín ha pasado la prueba.
Los ciudadanos de Granada y su área metropolitana, medio millón de vecinos, han acompasado su ritmo a las necesidades de una doble cumbre que ha desplegado agentes en casi cada calle de esta capital, un «plan Alhambra» que ha cercado el Palacio de Congresos y el monumento nazarí y lo ha condicionado casi todo.
Los granadinos han aparcado quejas y coches y han apostado por autobuses y el metro pese a tener que viajar más apretados que las agendas de los mandatarios y sus encuentros bilaterales, un cambio asumido casi sin rechistar pese a no tener del todo claro qué se discute en Granada ni quienes son todos esos encorbatados.
«El follón este es por una cumbre del clima, otra que nos tendremos que estudiar como la de París o la de Estocolmo», comentaban en el metro un par de estudiantes, aliviadas más tarde al ver que no, que este lío es otra cosa.
Esa otra cosa riega la actualidad de titulares que no impactan en el quehacer diario de una ciudad que ha estado más interesada en ver a los Reyes, al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, o el despliegue policial que ha blindado la ciudad con blindados, armas, coches, furgonetas, caballos, perros policía, drones…
«Mira cariño qué armas tienen esos policías, esas son buenas, buenas», le decía uno de tantos «turistas de cumbre» de estos dos días a su mujer, apostada en la otra orilla de un río Genil repleto de curiosos entusiasmados con las idas y venidas de cochazos y tipos de seguridad.
Porque Granada ha cerrado durante tres días la Alhambra, históricamente el monumento más visitado del país, pero ha abierto otros atractivos que no tendrán la delicadeza de los Palacios Nazaríes pero también lucen.
El reguero de foráneos y sus credenciales con el logotipo de la UE23 han marcado el latir de una ciudad que ha estado majestuosa en su cita con los Reyes y ha presumido de su esencia con un espectáculo flamenco inspirado en versos de García Lorca, granadinismo concentrado en el compás de la cantaora Marina Heredia.
La doble cumbre europea también es esa cita que ha mostrado al mundo una Granada amable, con buen clima, segura y atractiva, una promoción impagable que siembra futuras oportunidades pero que ya ha dejado como ganancias hoteles llenos y las ganas de volver de muchos de los que no han salido de las salas de prensa y locales de trabajo.
Sin estridencias, Granada se ha presentado al mundo presumiendo de su Albaicín encalado de blanco, de una gastronomía de lujo que va más allá de las tapas, del cante flamenco, las zambras y los cármenes, de los versos de Lorca y el poso que dejaron sus ancestros.
Y así, sin incidentes y en el foco del mundo, Granada ha estado a la altura de una cumbre monumental.
María Ruiz
(c) Agencia EFE