Mónica Sánchez
Ethel Kennedy murió el pasado 10 de octubre de 2024 a los noventa y seis años. La sobreviven nueve hijos, treinta y cuatro nietos y veinticuatro tataranietos; sin embargo, sin ella, buena parte de la historia familiar quedará oculta por siempre. Ethel, de soltera Skakel, no pudo superar un derrame cerebral que acabó con su larga vida. Los Kennedy bajo la lluvia, en un día gris y frío, se unieron para despedirla durante un íntimo funeral, celebrado en la iglesia Our Lady of Victory, de Centerville (Massachusetts), a menos de cincuenta kilómetros de Boston. El reino de Camelot –como se conoce al reino de los Kennedy– ha perdido a su última Reina Madre.
Mientras los Kennedy lloraban a Ethel Kennedy, el presidente Joe Biden y dos expresidentes de Estados Unidos, Bill Clinton y Barack Obama, le rendían tributo en Washington D.C. Biden la definió como «icono estadounidense: matriarca llena de optimismo y coraje moral». Hace una década, su hija menor, Rory Kennedy, rodó un documental dedicado a la figura de su madre. Cuando durante una larga entrevista, Rory le preguntó que cómo logró superar con tanta fortaleza todas las tragedias que había vivido, Ethel, con serenidad y fe, respondió simplemente: «Nadie tiene un viaje gratis». Aún anciana, seguía siendo una roca de una firmeza abrumadora.
Su amor por Robert F. Kennedy
Como ejemplo de lo anterior, en 2018 participó en una huelga de hambre en protesta contra las políticas migratorias de Trump. Seis semanas antes de su muerte, su hijo Robert F. Kennedy Jr. dio un gran disgusto a su familia al pasar de candidato independiente por la presidencia de Estados Unidos a apoyar la candidatura de Donald Trump. Algunos miembros de los Kennedy manifestaron públicamente su rechazo a la decisión de Robert F. Kennedy Jr., pero se desconoce si Ethel llegó a pronunciarse en privado sobre la polémica decisión de su hijo. Y, en caso de que lo hiciera, en qué tono se pronunció, porque no era, ni mucho menos, una mujer sumisa. Cuando Barack Obama le hizo entrega, en 2014, de la Medalla Presidencial de la Libertad, mencionó en su discurso: «Como su familia les dirá, con Ethel no se juega». Su fuerte carácter ponía firme a todos.
Ethel nació el 11 de abril de 1928 en el seno de una familia republicana. Su padre, George Skakel, es el claro ejemplo de millonario hecho a sí mismo. Comenzó trabajando como empleado con un sueldo de apenas ocho dólares a la semana, pero se fijó en las posibilidades de la industria del carbón y fundó con otros socios la Great Lakes Carbon Corporation. Después de una serie de aventuras empresariales, la familia Skakel acabó siendo rabiosamente rica. Prueba visible de su nuevo estatus social fue la mansión que George Skakel compró en 1936: una fabulosa residencia de treinta y una habitaciones, donde Ethel pasó su infancia junto a sus seis hermanos, en Connecticut.
La posición social de los Skakel hizo que se codearan con los Kennedy y se trataran de ‘tú a tú’. De hecho, Ethel Skakel acudió a una prestigiosa escuela, la Manhatanville College of the Sacred Heart, donde fue compañera de estudios, y de cuarto, de una de las hermanas de John y Robert F. Kennedy, Jean. En un viaje de esquí, a Quebec, Ethel, con diecisiete años, conoció a Robert F. Kennedy. Según contó tiempo después: «Él estaba parado frente a una chimenea. Entré, lo vi y pensé: OK, este es el hombre». Su manera de relacionarse con él explica mucho de su carácter atlético y competitivo: apostó a quién bajaría a mayor velocidad por la ladera de un monte nevado.
Ganara quien ganase aquella prueba, Ethel Skakel a punto estuvo de perder la gran batalla de su vida, porque Robert F. Kennedy empezó a salir con Patricia, una hermana de Ethel, y no con ella. Finalmente, parece ser que en un par de años, los astros se confabularon para unirlos. Se comprometieron en febrero de 1950; un mes más tarde, el 17 de junio de 1950, se casaron en la iglesia católica de St Mary, en Greenwich. Ella tenía veintidós años, ambición a raudales y una energía insólita. Conquistó a los Kennedy por tener la misma determinación que ellos. De hecho, Ethel Kennedy se había titulado, años antes, al escribir su tesis sobre un libro de John F. Kennedy, Why England Slept. También, había trabajado en la campaña de este para el Congreso de Estados Unidos, en Boston. Antes de impulsar a la carrera de su marido, conocía el mundo de la política al dedillo y le apasionaba.
En 1951 nació la primera de los once hijos de la pareja, Kathleen. Cuentan que, tras el nacimiento de su primogénita, Ethel envió un ramo de doce rosas a su suegra, Rose. También dicen que Ethel siempre tuvo en mente superar el número de hijos que habían tenido Joseph y Rose Kennedy, nueve. Con la ayuda de Robert F. Kennedy, lo logró.
Hickory Hill, el epicentro del poder
El olfato político de la esposa de Robert F. Kennedy no pasó desapercibido para ningún miembro de la familia. Ethel supo explotar su capacidad para las relaciones públicas para mantener a los Kennedy en el centro de la vida social. En 1956, Robert F. Kennedy compró a su hermano John y a su cuñada Jackie una espectacular mansión a las afueras de Washington, en McLean (Virginia), con trece habitaciones, catorce cuartos de baño y edificada sobre un terreno de casi tres hectáreas. Ethel vivió entre sus muros hasta 2009, cuando la vendió por más de ocho millones de dólares.
Según el historiador Arthur M. Schlesinger, autor del libro Robert F. Kennedy y su tiempo, Hickory Hill «era el centro más animado de Washington». Ethel organizaba fiestas para todos los gustos en las que se mezclaban estrellas de Hollywood, con Premios Nobel, políticos e intelectuales de todo el mundo. Aunque lo que ocurría en Hickory Hill se quedaba en en Hickory Hill, trascendieron algunas curiosas anécdotas, como la del día que Ethel Kennedy convenció al famoso músico y actor Harry Belafonte para que enseñara a bailar twist a sus eminentes invitados. O cuando algún visitante descubrió en la piscina de la finca nada más y nada menos que un león marino para sumar exotismo a este espacio donde se produjeron grandes intrigas políticas. Estos son algunos de los secretos que Ethel Kennedy se ha llevado para siempre a su tumba.
Poco antes de la compra de Hickory Hill, las desgracias se cebaron en su familia. En 1955, recibió la trágica noticia de que sus padres habían fallecido tras un accidente en su avión privado. Once años después, su hermano también murió en idénticas circunstancias. Por muy descreído que uno sea con las maldiciones, algo inquietante crecía.
‘Los Kennedy no lloran’
A pesar de todas las desgracias, Ethel Kennedy adoptó el lema de su poderoso suegro: «Los Kennedy no lloran». Impulsó la carrera política de su cuñado y, por ende, la de su esposo, quien fue nombrado por su hermano fiscal general y se mantuvo nueve meses en ese puesto, tras el asesinato de John F. Kennedy, con el presidente Lyndon Johnson.
El asesinato del 35º Presidente de los Estados Unidos pareció resquebrajar esa viga de acero, poderosa e inquebrantable, que habían forjado los Kennedy. Robert F. Kennedy sufrió lo indecible por la muerte de su hermano. Algunos llegaron a decir que estuvo a punto de perder la razón. Se le veía visitar la tumba de John vestido con las ropas de John, especialmente con su chaqueta de piloto. También visitaba por horas a la viuda de su hermano, Jackie Kennedy. Las visitas eran tantas y tan largas que pronto surgieron los rumores de que Robert había iniciado, en 1964, una relación con su cuñada de 1964. Por la boca de Ethel jamás salió un reproche o comentario en torno a este asunto, como tampoco sobre otros rumores de infidelidad de su marido.
En Bobby Kennedy: The Making of a Liberal Icon, Larry Tye escribió sobre todas las mujeres que pudieron haber tenido sus más y sus menos con el político: de Marilyn Monroe -sí, la misma que cantó el Cumpleaños feliz a John F. Kennedy- a Kim Novak o Lee Remick. Sin embargo, Ethel Kennedy sin decir nada al respecto dijo mucho con una sola frase: “Él siempre vuelve a casa”. A su manera, se amaron profundamente. El cinco de junio de 1968, un joven palestino, Sirhan Bishara Sirhan, disparó a bocajarro a Robert F. Kennedy en la cocina del hotel Ambassador, de Los Ángeles, minutos antes de que el político ganara las elecciones primarias en un bastión tan difícil como California. Tan pronto como el tiro generó el caos, Ethel corrió al lado de su marido y no permitió que nadie se acercara a él hasta que no llegaran los doctores. Cuando a la 1:44 a.m del seis de junio, Robert F. Kennedy dejó de respirar, su mujer permanecía despierta. De inmediato, declaró que jamás volvería a casarse. Años después, comentó: «¿Cómo podría yo haberme casado con Bobby, mientras él me miraba desde el cielo? Eso habría sido adulterio».
Tras la muerte de su esposo, creó la Fundación Robert F. Kennedy Human Rights; superó las trágicas muertes de sus hijos David, en 1984 por sobredosis, y Michael, en 1997, tras un accidente de esquí; y, en 2021, nonagenaria, escribió un comunicado negando el perdón a Sirhan Bishara Sirhan, el asesino de su marido. Ethel Kennedy nunca olvidaba nada, aunque perdonara.