Siempre me ha llamado la atención cómo pareciera que encontrar trabajo resulta más sencillo para quien siempre ha tenido uno que para quien lleva mucho tiempo desempleado. Al principio creía que era una cuestión de currículum o de qué tan conectado estaba uno u otro, y en algún momento lo llegué a pensar incluso en términos de suerte o de karma, como si unos estuvieran más protegidos que otros por quién sabe qué fuerza superior.
Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir, economista conductual y psicólogo cognitivo respectivamente, tienen otra respuesta: la lógica de la escasez hace estragos en nuestro rendimiento y en nuestras decisiones, de manera que tener poco a menudo lleva a tener menos.
El trabajo es sólo uno de los ejemplos que exploran estos autores en su libro Escasez. ¿Por qué tener poco significa tanto?, pero lo mismo ocurre con la productividad para los perennemente ocupados, con la comida para los que viven a dieta, con el dinero para los pobres o con el amor para los que se sienten rechazados.
Este fenómeno ya había sido explorado anteriormente por científicos sociales, sobre todo en relación con el dinero y la así llamada “trampa de la pobreza”, mecanismo que condena a los pobres a permanecer en su situación. No obstante, pensar a la escasez como un fenómeno psicológico más amplio nos permite entender y asumir la parte de responsabilidad que tenemos en nuestra situación.
Ante la escasez de un determinado recurso, el cerebro se enfoca de manera obsesiva en esa carencia, lo que reduce su capacidad de visión y genera tunneling –o mirada de túnel–, que se contrapone al pensamiento divergente y reduce significativamente la creatividad para plantear una alternativa más allá de la “obvia” ante esa necesidad insatisfecha.
Para su investigación, Mullainathan y Shafir midieron tres aspectos de la inteligencia en condiciones de escasez y en condiciones normales: la inteligencia fluida –es decir, la forma en la que procesamos información y tomamos decisiones–, el control ejecutivo –qué tan impulsivos somos– y la capacidad mental o ancho de banda –capacidad de resolución– y descubrieron que la escasez afectaba en todos estos aspectos, haciendo que las personas desatendieran los detalles, administraran peor sus recursos, tomaran decisiones impulsivas y generaran escasez en otros campos de su vida.
La escasez cambia nuestra forma de evaluar la realidad, de planear y de tomar decisiones –pues la urgencia hace que decidamos sólo pensando a corto plazo– y eso nos hace menos competentes para encarar la situación misma de la escasez, lo que lo vuelve un círculo vicioso.
La abundancia, por el contrario, genera lo que los autores llaman
slack –u holgura–; es decir, un espacio sobrante para maniobrar: quien tiene dinero no tiene que contar cada peso, quien tiene tiempo puede darse descansos o tener momentos de recreación y quien se siente querido puede mostrar inconformidades. Un exceso de
slack llega a resultar problemático, pues disuelve la necesidad de enfocar energías a un fin determinado –como si tienes que entregar algo pero no tienes una fecha límite–, pero en su justa medida lo que permite es liberar espacio en el ancho de banda mental y, así, poder tomar mejores decisiones.
¿Qué hacer entonces si ya nos encontramos en escasez? Intentar no tomar decisiones desde ella o, en otras palabras, fingir la abundancia lo más que se pueda. Si un
freelancer, por ejemplo, no invierte en su herramienta por falta de dinero, se condena a tener que rechazar trabajos futuros o a disminuir su calidad o tiempo de entrega, lo que a mediano plazo le traerá menos clientes. Si en cambio invierte en ella –es decir, si finge que no está en estado de carencia– aumentará las probabilidades de salir de su situación. Mismo caso con el tiempo: darse un descanso aunque “no haya tiempo para ello” puede servir para despejar la mente y, con suerte, será más eficiente el trabajo que se haga después y no se generarán nuevos nichos de escasez –con la pareja o los amigos, por ejemplo–.
“Despacio que voy de prisa” dice el refrán (que equivaldría a decir “uso el recurso justo porque carezco de él”). Al final, nada entorpece más el paso que obviar los procesos y, por querer llegar más rápido, dejar de ver las piedras del camino o los atajos.
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