Jesús Del Toro
Muchas personas consideran a su mascota como mucho más que un animal de compañía: perros, gatos y otros animales son destinatarios de afecto y atención a gran escala de parte de sus dueños, una cascada afectiva de enorme proporción que los convierte, literalmente, en parte de la familia.
Los propietarios de mascotas gastan, en consecuencia y de modo frecuente, grandes sumas de dinero en ellas. En Estados Unidos ese monto es enorme: superará los 72,000 millones de dólares en 2018, de acuerdo a un artículo de Sandra Woien, profesora de la Universidad Estatal de Arizona, publicado en The Conversation, que cita cifras de la Asociación Estadounidense de Productos para Mascotas.
Tan solo en comida para mascotas en Estados Unidos se gastaron en 2017 unos 29,000 millones de dólares, 17,000 millones en veterinarios, 15,100 millones en productos y medicamentos y casi 6,200 millones en servicios de cuidado y acicalado. Ciertamente, como en otras cosas, las mascotas de personas de mayores recursos económicos se benefician de un gasto mucho mayor, mientras incontables animales son mantenidos en condiciones míseras.
Sea como sea, las mascotas reciben inmensa atención y alimentan un sector económico que mueve miles de millones de dólares en Estados Unidos y genera decenas de miles de empleos.
Woien, con todo, plantea un debate singular al respecto. En un mundo donde millones de personas padecen hambre y enfermedades, carecen de vivienda y servicios de salud y educación dignos, ¿es ético que una sociedad dedique miles de millones de dólares a gasto en mascotas, sobre todo en cuestiones que podrían considerarse suntuarias, mientras millones de personas sufren miseria?
Otros señalan, en contrapartida, que la moralidad de un gasto, o la provisión de un bienestar, no tendría que circunscribirse a los seres humanos sino que el bienestar de los animales, y de las mascotas entre ellos, también es un factor cuya atención reviste un valor ético.
Y es cierto que la defensa de los derechos de los animales, y el afán de que reciban respeto y dignidad, es uno de las movimientos cívicos contemporáneos más dinámicos. Millones de personas defienden y dedican mucho a sus mascotas, desde lo emotivo hasta el esfuerzo y el dinero.
Con todo, si bien es aceptado que dedicar recursos económicos al bienestar de las mascotas es tan legítimo, con sus obvias diferencias, como el gastarlo en el de los humanos, se alza la pregunta de si la transferencia de riqueza a ciertas cuestiones suntuarias resulta moralmente sostenible e, incluso, económicamente redituable a escala mayor.
Woien comenta en su artículo, por ejemplo, que el gasto en Estados Unidos en disfraces de Halloween para mascotas se estima en 400 millones de dólares y plantea si no sería mejor, más productivo y moralmente brillante, dedicar ese dinero a causas mejores que produzcan un mayor bien o utilidad.
En contrapartida, más allá de la reflexión ética, ciertamente cada persona decide en qué gastar su dinero y esos muchos millones, al final, aportan salarios y bienestar a las familias vinculadas a ese sector económico. Eso es, también, un factor de bienestar.