Por José Ignacio Lanzagorta García
Siempre he estado en contra de construir un aeropuerto en el lecho extinto del lago de Texcoco. Siempre. Es decir, al menos desde que tuve la suficiente edad para entender que ese proyecto está sobre la mesa y, sobre todo, tras los intentos de implementarlo. Especialmente el que hizo el gobierno de Vicente Fox. Siempre he pensado que ese espacio representa una oportunidad para implementar proyectos que den otros servicios al Valle de México; servicios que contribuyan a resolver problemas de una sustentabilidad ambiental que, sabemos, está amenazada. No. No imagino el disneylandia que algunos andan impulsando. Al contrario, he imaginado la ingeniería al servicio de atender de la forma más eficiente y redituable los problemas de residuos, ciclos hidrológicos, calidad del aire y otros. Estas soluciones podrían no implicar un idílico lago que, dicen, es lo que prefieren.
Construir un gran aeropuerto ahí, me parece, es una oportunidad perdida; una que lejos de enfocar la mirada en la sustentabilidad del Valle de México, le inyectaría una presión mayor, un dinamismo que si bien se presentaría benéfico en un mediano plazo, al final sólo aceleraría la urgencia de pensar cómo detener el colapso inminente… y ahora con menos opciones al menos en términos de espacio. Tampoco me gusta la idea que acompañaba (¿o acompaña?) al proyecto del NAIM de dotar a la Ciudad de México de una infraestructura vial supeditada al acceso y salida de este aeropuerto. De pronto, parecía que la urbe entera se ponía a disposición de su puerto aéreo.
Nos enredamos y nos descalificamos con una guerra de estudios técnicos y de autoridades. No está mal. Es decir, sí, sí requiere entender implicaciones, costos, opciones y otras restricciones para tomar decisiones y no sólo meras querencias. Qué mejor que podamos tener esta discusión, en el nivel que sea, con los alcances de comprensión que tengamos, apelando a evidencias y datos. Qué desafortunado es que, en esto, algunos pretendan silenciar a otros invocando sólo la autoridad del estudio que les convence, como si hubiera una sola verdad, una sola posibilidad, una sola opción que, en una neutralidad providencial, tomó en cuenta todas las alternativas, todos los marcos posibles desde dónde formular esas mismas alternativas, todos los criterios y todos los órdenes de preferencias y llegó a la Solución Eficiente. Y, no sólo eso, que de todos los gobiernos posibles, fue justo el de Peña Nieto (sí, el de Peña Nieto) el que alcanzó esta iluminación de la Santa Ingeniería. La ficción de que no hay política en esta decisión no está muy lejos de la de “preferir el lago”.
Desde las campañas, me había entusiasmado la propuesta del actual presidente electo de revisar el proyecto del NAIM e incluso echarlo para atrás. Sí. Sí lamentaba lo ya invertido. Sí. Sí me preocupaba qué iban a decir las calificadoras y los mercados. Pero la verdad es que, con todo, me preocupa más la sustentabilidad de esta región que este desperdicio. Me imaginaba que podíamos volver a tomar distancia para considerar otras opciones no exploradas. No sé. De pronto pensé en la idea de un aeropuerto tal vez más alejado, de servicio regional, con una infraestructura de trenes… Qué se yo. No. No soy ingeniero. Perdón. Pero sí quería una discusión pública de un abanico de opciones bien armadas. Que el presidente electo tuviera en la mira a Santa Lucía no me parecía mal, pero tampoco me parecía que realmente resolvía mis preocupaciones. Para estos meses de transición se habían comprometido mesas de análisis, más estudios, esa discusión pública… la verdad es que siento que no tuvimos eso.
Viene la consulta. Como muchos, tengo mis dudas sobre ese ejercicio. Algunos están más enojados con que haga esa consulta que con la consulta misma. Esas dudas y enojos son, por supuesto, el costo de recurrir a ese mecanismo así, de manera informal y fuera de los marcos que lo regularían como un ejercicio democrático y no meramente de opinión. Está claro que se trata de un instrumento de comunicación para legitimar una toma de decisión, pero que, sin garantizar independencia y rigor, cualquiera tiene el mismo incentivo a salir el mismo día a decir que “tiene otros datos”. Y sería igual de legítimo. Qué costosa y poco eficiente técnica de comunicación. Aun así, no importa, si hay un mecanismo de participación, aunque mal diseñado, pues, por mi parte participaré. Pero, la verdad, ya no sé cómo votar.
He dejado claro aquí que el NAIM de Texcoco no me simpatiza, que votaría en su contra, pero me incomoda que decirle “no” signifique decirle “sí” a un proyecto que, en estos meses, no ha logrado demostrar ser otra cosa que una mera ocurrencia de la que a veces parece ni siquiera el próximo titular de la SCT ha terminado de entenderle. A estas alturas, el aeropuerto de Texcoco me preocupa por la oportunidad perdida, pero el de Santa Lucía-Toluca-AICM me espanta por los riesgos de lo improvisado. Así las cosas, esta consulta está siendo otra oportunidad perdida: la de discutir este asunto con seriedad, apertura, pluralidad, inclusión y creatividad, la de tomar una mejor decisión.
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ENTRE EL NAIM Y SU CONSULTA, DOS OPORTUNIDADES PERDIDAS
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