La Convención Nacional Republicana se está celebrando ahora mismo en Milwaukee. Se trata de un evento en el que el Partido Republicano anunciará formalmente la candidatura presidencial de Donald Trump. El evento sería de rutina si no fuera porque apenas el sábado pasado Trump sobrevivió a un intento de asesinato. Eso lo cambia todo: Trump será un mártir, un sobreviviente, un luchador o, como han dicho muchos simpatizantes republicanos, “el guerrero que Estados Unidos necesita como líder en estos tiempos difíciles”, lo cual contrasta con la imagen frágil de Joe Biden, a quien los votantes consideran demasiado viejo para seguir gobernando.En otras palabras, hoy el regreso de Trump a la Casa Blanca luce más cerca que nunca. Y eso es terrible para México y para el mundo. No hay que subestimar el riesgo: un lunático gobernará el país más poderoso del mundo; un tipo impulsivo, caprichoso y narcisista tendrá en sus manos decisiones que afectarán el destino de la humanidad. Ya se había advertido en múltiples foros que la segunda presidencia de Trump podría ser mucho más radical y peligrosa que la primera. Sin embargo, luego del atentado del sábado, las cosas pueden ser aún peores. Pareciera que todos los astros se le están alineando a Trump no sólo para volver a la Oficina Oval, sino también para ejercer una presidencia con un poder inusitado y con muy pocos contrapesos. En primer lugar, a nivel institucional, los contrapesos que Trump enfrentó durante su administración ya no existen o, si permanecen, son mucho más endebles que hace unos años. Sólo por citar dos ejemplos —pero hay mucho más—: la Suprema Corte estadounidense tiene una mayoría conservadora favorable al trumpismo y dispuesta a validar leyes o acciones ejecutivas de dudosa constitucionalidad, al tiempo que las voces disidentes del Partido Republicano han perdido peso y, más bien, el partido ha abrazado el trumpismo sin ambages, por lo que Trump cuenta con el apoyo total de sus partidarios para poner en marcha su agenda sin matiz alguno. No sólo eso, sino que los puestos de mando del Partido Republicano están llenos de leales a Trump. Por ejemplo, su amigo Michael Whatley y su nuera Lara Trump son copresidentes del Comité Nacional Republicano. A nivel de bases, la trumpificación del partido también es clara. Trump arrasó en las elecciones primarias, dejando sin oportunidad a sus rivales, incluida Nikki Haley, cuya derrota fue también la derrota histórica de la agenda neoconservadora (la de Reagan y los Bush) que regía al partido republicano y el triunfo definitivo del trumpismo, un movimiento populista-personalista de extrema derecha. Por si fuera poco, hace un par de semanas, la Suprema Corte falló a favor de la extensión de la “inmunidad presidencial”, algo parecido a lo que es el “fuero” en México. Gracias a esta decisión judicial, la Presidencia de Estados Unidos está prácticamente blindada frente a cualquier juicio o investigación sin importar que haya llevado a cabo acciones irregulares o de cuestionable legalidad. Con ello, Trump tiene una carta abierta para gobernar como le venga en gana, sin que se puedan investigar o sancionar sus decisiones ilegales (en caso de que las cometa). Este nivel de impunidad y discrecionalidad es peligrosísimo en un sujeto que ha demostrado tan poco compromiso con la ley y tan pocos escrúpulos morales como Trump.Además, en su primer gobierno, funcionarios republicanos tradicionales y burócratas del servicio civil de carrera frenaron varios de los planes más descabellados de Trump. Al mismo tiempo, la ineficacia e inexperiencia de ciertos funcionarios trumpistas terminaron por desinflar algunos otros planes del mandatario. Según distintas investigaciones periodísticas, ninguna de esas dos cosas pasaría en una nueva administración, toda vez que Trump se está rodeando de cuadros leales pero con mayor capacidad, al tiempo que planea reformar leyes estadounidenses para despedir a una gran cantidad de miembros del servicio civil de carrera y así evitar que obstaculicen sus decisiones. Pues bien, si de por sí el escenario de una segunda presidencia de Trump era escalofriante, las cosas se tornaron peores luego del atentado que sufrió. Probablemente, Trump estará más empoderado y envalentonado que nunca. Por un lado, sus bases terminarán de arrojarse a sus brazos, apoyándolo hasta las últimas consecuencias: ¿cómo no respaldar al sobreviviente de un atentado político que, tras casi perder la vida, tiene fuerza para alzar el puño y desafiar a su atacante y sus rivales? Por otro lado, él mismo se sentirá vigorizado y con la legitimidad –incluso el mandato divino– de poner en marcha su agenda hasta las últimas consecuencias para “hacer a Estados Unidos grande otra vez”. Finalmente, será difícil para sus opositores (al menos por un tiempo) criticarlo frontalmente, pues sus críticas podrán interpretarse como insensible y poco empáticas: ¿cómo criticar a un hombre que acaba de sobrevivir a un intento de asesinato? Si Trump gana las elecciones de noviembre, estaremos ante una película de terror. Las consecuencias para México pueden ser fatales. Sobre eso hablaré en mi próxima entrega. ___ _ Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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El segundo gobierno de Trump, una película de terror
Historia de Jacques Coste
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