El pianista estadounidense que se enamoró del pueblo tarahumara y ya nunca más se fue: «Somos hojas en un árbol y cada uno es responsable del bienestar común»
En declaraciones para Yahoo, el músico asegura que el mejor aprendizaje rarámuri es la manera en la que se cuidan unos a otros
Al principio se les hizo difícil creer que se tratara de un músico y que además estaba interesado en permanecer allí para analizar y aprender de su cultura, de su música, de su modo de vida comunitaria.
Pero se convencieron cuando el extranjero se quedó a vivir con una familia rarámuri en una cueva de la pequeña localidad de Retosachi, con un pequeño piano que le abrió las puertas al universo tarahumara.
Después de ir y venir durante unos doce años, se instaló definitivamente en la Sierra, en una casa que parece estar suspendida en el sistema montañoso del norte de México llamado Barracas del Cobre, con su piano de cola Steinway and Sons de 1917 que pertenecía al Teatro Degollado de Guadalajara que fue tocado en su momento por el afamado Arthur Rubinstein, entre otras celebridades.
El piano de Wheeler merece una historia aparte, sobre todo por el viaje que le tocó hacer, entre sacos de papas para no sufrir daños y lograr llegar intacto al lugar privilegiado en el que ahora está.
Entonces, han pasado varias décadas y la aproximación de Wheeler a esta comunidad mexicana sigue siendo desde el respeto, el compañerismo y la admiración. Ha aportado recursos y proyectos para que los habitantes de la zona tengan más calidad de vida y, a cambio, él ha obtenido lo mismo.
“Ya hace 32 años que estoy aquí a tiempo completo, nada más salgo para los conciertos que doy. La vida aquí, conviviendo con mis vecinos, ha sido una constante limpia, afinando mi vida a la naturaleza, a todo lo que es auténtico, a todo lo que es en pro de la vida”, dijo Wheeler, de 82 años, a Yahoo.
Su presencia en la Sierra Tarahumara ha sido beneficiosa para las dos partes, tanto para Wheeler como para los rarámuris, una historia positiva de migración armónica de un estadounidense en México que vale la pena retomar en medio de las confrontaciones que han surgido últimamente por problemas de convivencia entre extranjeros y ciudadanos mexicanos.
Un intercambio sonriente
“La persona que tiene un carácter valioso sabe que hay que respetar y fomentar todo lo que es auténtico, todo lo que es real, histórico y parte de nuestra madre tierra y, la persona que no aprecia eso, vive en un nivel muy superficial, lamentablemente, para su propio mal”, comenta Wheeler al ser consultado sobre su punto de vista acerca de la situación de tensión que se ha presentado en los últimos meses entre algunos migrantes estadounidenses y los mexicanos.
“Es una cosa mundial que he visto en todos los países, que siempre quieren traer algo de su país con ellos y a veces cierran los ojos a donde realmente están”, agrega.
En los últimos años México se ha convertido en un lugar ideal para muchos estadounidenses, no solo como destino turístico sino también para comprar o alquilar una casa y vivir cómodamente con ingresos en dólares, ya sea por las ventajas que brinda el trabajo remoto o por las pensiones que reciben los retirados, que definitivamente rinden más en el otro lado de la frontera sur.
Sin embargo, a muchos de estos migrantes del norte les disgustan algunos sonidos de México y cada vez es más frecuente ver situaciones que se hacen virales de algunos extranjeros que no quieren oír a los organilleros del Zócalo, a las bandas de Mazatlán o a los mariachis en Puerto Vallarta.
Pero Wheeler ha encontrado un oásis en la comunidad rarámuri que además ha sido fuente de inspiración para sus composiciones musicales y se ha nutrido de los ritmos de los tarahumaras.
“Creo que la música rarámuri es tan sonriente, tan llena de impulsos que sirven como limpia para el alma, que sirven a toda la humanidad. Tengo varias amistades de diferentes países que han venido con gusto hasta acá y han formado amistades duraderas con músicos de la región y mi idea es que sea así, algo que podamos promover para que los músicos de afuera vengan aquí y puedan enriquecer su sentir”, dice el reconocido pianista.
Wheeler, que estudiaba la música indígena cuando vivía en Estados Unidos, llegó a la tierra tarahumara después de leer un artículo en National Geographic acerca de esta comunidad de pobladores ancestrales de México.
Cuando los rarámuris lo vieron por primera vez él les contó que le interesaba su música, que quería aprender de ellos y que tocaba el piano o pianchi, como le llaman los tarahumaras al instrumento porque “siempre ponen un chi al final de las palabras”, explica el pianista.
“Toca el pianchi para que llueva”, cuenta que le decían.
“Yo tenía un piano solar, es un piano escaneado nota por nota, en esos tiempos en los 80 era una novedad mundial que se pudiera hacer eso y yo vivía en una cueva con una familia rarámuri y la gente venía desde muy lejos para escuchar la música del agua y eso sirvió hasta hoy día como un lazo profundo de amistad y de hermandad”, narra el músico.
Los tarahumaras son conocidos mundialmente por ser grandes corredores. De hecho, la palabra rarámuri es la unión de rara: pies, muri: correr, pero tienen muchas otras aptitudes por las que pueden ser reconocidos y Wheeler destaca su música.
El pianista dice que como estudioso de la música indígena ha analizado la de otras etnias, incluyendo a las estadounidenses hopis y navajos, y que a diferencia de éstas, la rarámuri “es muy sonriente”.
“Algo especial he encontrado en la música rarámuri”, comenta el músico y señala que “es una música circular, una música que sirve como oración, para la danza, es el modo de comunicarse con nuestro creador y va más allá de las palabras”.
Este hallazgo, más que musical representó para el artista un antes y un después en su vida como compositor y como persona.
Wheeler afirma: “Siento que desde que he estado viviendo esta música con ellos, esto también ha influido en mis composiciones para que tengan más luminosidad, que tengan más brillo, más alegría de vivir, y que sea una música luminosa que pueda levantar el alma a un nivel celestial”.
En ese intercambio cultural, el pianista observó a un niño rarámuri que parecía fascinado por sus interpretaciones y Wheeler decidió enseñarle a tocar el piano.
Ese niño es ahora un pianista reconocido llamado Romeyno Gutiérrez, hijo de dos músicos tradicionales rarámuris.
Música de la Sierra
La música tarahumara es generada por varios instrumentos musicales de manufactura local. El tambor llamado kampore, hecho de madera y piel de venado, es uno de los protagonistas en las actividades rarámuris porque están allí, sonando, mientras siembran, construyen o hacen celebraciones por la llegada de un recién nacido o de agradecimiento a la tierra.
Otro instrumento importante e interesante es el tenabaris, que consiste en un manojo de capullos de mariposa atados a una cuerda que se amarra en los tobillos para que suenen al danzar.
También está el instrumento de cuerdas llamado chapereque, una suerte de arpa sencilla con solo tres cuerdas y un arco de madera. Es un objeto muy peculiar porque para usarlo no solo se deben usar las manos, sino también la boca y la cabeza que sirve de caja de resonancia.
Y el violín, aunque no es un instrumento creado por los rarámuris, también es valorado y usado por ellos desde hace muchos años y de hecho, sobresale entre sus intérpretes el reconocido Don Erasmo Palma Fernández, un poeta que escribió más de 600 canciones, muchas de las cuales intentaban explicar el complejo universo tarahumara.
Palma, un gran personaje rarámuri, conformó un coro llamado Sewá Sewáarame que significa “flor que florece” y con esta agrupación se presentó en varias ciudades de México y en Nueva York, escribió un libro autobiográfico y creó un audiolibro tarahumara.
Una hoja en el árbol tarahumara
Cuando Romayne Wheeler habla de su vida en la Sierra Tarahumara con los rarámuris, su entonación es la de alguien que parece estar recitando una poesía.
“A lo largo de mi experiencia aquí en la Tarahumara he visto la idea de que todos somos hojas en un árbol y que cada uno es responsable del bienestar común, del bienestar del otro (…) la idea de compartir todo, de no adueñarse tanto de las cosas que te sientas atado a ellas sino más bien, aprender a compartir y a tener referencia con la madre tierra y ayudar unos a otros sin pedir nada a cambio”, dice.
Wheeler comenta que se involucra en todos los aspectos de la sociedad rarámuri, “en los trabajos comunitarios, limpiando los campos, deshierbando, sembrando, cosechando, sabiendo que hoy trabajas conmigo, mañana trabajo contigo, es el sentido de que todos somos una familia, y la idea de que somos hojas en el mismo árbol ha sido lo que más me ha conmovido aquí”.
El pianista nació en California en 1942 y desde muy pequeño supo que quería ser músico. Se fue a estudiar a Austria siendo un veinteañero y allá pasó 12 años en los que obtuvo el título de compositor de la Universidad de Música de Viena y como concertista de piano en 1972 en el Conservatorio de Música de Viena.
De vuelta a Estados Unidos estudió la música de los indígenas de su país y en esa investigación de los sonidos y armonías originarias, dio por casualidad con la ruta para llegar a los rarámuris, en el país vecino, en la Sierra Tarahumara, y su búsqueda terminó porque, como él ha dicho, “llegó a casa”.
Y en ese llegar a casa también se involucró para que los rarámuris cuenten con asistencia sanitaria y alimentos como se ha documentado ampliamente, aunque Wheeler asegura que las acciones que ha tomado para apoyar a esta comunidad consisten en “ayudar a la gente a ayudarse a sí mismos”.
Dice: “Eso lo he aprendido desde la infancia, con mis padres, que la mejor manera es ayudar dando a la gente herramientas, semillas, agua, los instrumentos que necesitan para poder realizar una vida que sea de beneficios para ellos y los demás. Ayudando a la gente a ayudarse a sí mismos, no dependen de algún momento supremo cuando haya mucho dinero sino poco a poco desde el mero inicio”.
Para el pianista, las amenazas que realmente se ciernen sobre la comunidad rarámuri son las mismas que recaen sobre todo el mundo.
“Son el exceso de contacto con influencias que borran nuestra propia identidad, por ejemplo, el exceso del internet, de la radio, de la televisión, de los medios, que pueden ser tan fuertes que te borran tu propia identidad, y ese es también un problema aquí”, señala.
Menciona, además, que también puede ser un problema el exceso de “las influencias de afuera” como las sodas, la comida chatarra o el alcohol.
Con estas declaraciones se observa un verdadero contraste con los extranjeros que piden que se supriman o se limiten las expresiones culturales musicales en México pues Wheeler aboga por la permanencia de las tradiciones de los pueblos para que no sucumban a la uniformidad que quieren imponer los tiempos modernos.
El «pianista de la Sierra Tarahumara», como se presenta Wheeler ante su público, ofrecerá varios conciertos en Barcelona, España, a fines de abril, en beneficio de la comunidad rarámuri.