El Pentágono destinó 22 millones de dólares entre 2007 y 2012 a la investigación de observaciones de “fenómenos aéreos no identificados”, ovnis. La existencia de este proyecto ha salido a la luz en las páginas de The New York Times el pasado fin de semana
, e inmediatamente ha sido confirmada de manera oficial. “El Programa Avanzado de Identificación de Amenazas a la Aviación terminó en 2012. Se decidió entonces que había otros asuntos de mayor prioridad que merecían los fondos”, admite el Departamento de Defensa (DoD) de Estados Unidos en un comunicado.
El proyecto nació por iniciativa del senador demócrata Harry Reid (Nevada), a quien respaldaron su compañero de partido Daniel Inouye (Hawai) y el republicano Ted Stevens (Alaska). “La verdad está ahí fuera. En serio”, dijo el sábado Reid, ya retirado, en Twitter al enlazar el reportaje de The New York Times. Su exportavoz, Kristen Orthman, confirmó en la misma red social la pasión de su antiguo jefe por los ovnis. Y este añadió: “Si alguien dice que tiene las respuestas, se está engañando a sí mismo. No conocemos las respuestas, pero tenemos muchas pruebas para respaldar las preguntas. Esto va de ciencia y seguridad nacional. Si EE UU no toma la iniciativa para responder estas preguntas, otros lo harán”.
Luis Elizondo, un veterano oficial de inteligencia convencido de que nos visitan alienígenas, dirigió el programa durante seis años desde su despacho del Pentágono. Él y sus colaboradores analizaban avistamientos de ovnis para determinar si los habían producido drones, ingenios de otras potencias y hasta naves extraterrestres. Elizondo abandonó el DoD en octubre desengañado por la falta de dinero para el proyecto, pero ha asegurado al diario neoyorquino que, a pesar de la retirada de fondos de 2012, siguió investigando casos hasta hace dos meses.
Según The New York Times, la mayoría del dinero del proyecto habría ido a parar a una compañía aeroespacial dirigida por Robert Bigelow, un magnate hotelero de Nevada amigo de Reid y que tiene un contrato con la NASA para fabricar módulos espaciales hinchables. De 72 años, el millonario convenció hace un decenio al senador de que había que destinar fondos federales a la investigación ovni. Bigelow, que ha apoyado económicamente la carrera del político, es el principal promotor del Instituto Nacional para la Ciencia del Descubrimiento (NIDS), una organización dedicada al estudio de lo paranormal, y también es dueño del rancho Skinwalker. En esta propiedad de Utah se han registrado, según él y sus correligionarios, avistamientos de ovnis, misteriosas mutilaciones de ganado, apariciones del chupacabras y otros fenómenos que harían las delicias de Fox Mulder. “Los extraterrestres están justo delante de nuestras narices”, dijo el magnate en 60 minutes, el programa de la CBS, el 28 de mayo.
Desde 1947
En las altas esferas de la Defensa no piensan lo mismo. Las observaciones de objetos no identificados por militares recopiladas dentro de este programa no han hecho que el Gobierno cambie de opinión respecto al fenómeno ovni, considerado desde hace décadas un asunto menor. Desde que se denunciaron las primeras visiones de platillos volantes en junio de 1947, tanto la CIA como la Fuerza Aérea tomaron cartas en el asunto ante el temor de que se tratara de ingenios soviéticos. Pronto se descartó eso y también que se tratara de naves de otros mundos.
Tras sucesivos proyectos de investigación -con nombres como Signo, Rencor y Libro Azul- y después de veintiún años de pesquisas, los militares estadounidenses dieron a finales de los años 60 carpetazo a la investigación sobre ovnis al concluir que ni eran producto de una tecnología avanzada ni suponían un peligro para la seguridad nacional. En 1968, los autores del Informe Condon -llamado así por su director, el físico Edward U. Condon- dictaminaron que el estudio del fenómeno ovni no había aportado “nada al conocimiento científico” y que no merecía la pena prestarle más atención. Cincuenta años después, las cosas siguen igual.
El misterio del Área 51
La CIA empleó durante décadas la pasión por los ovnis para encubrir vuelos de sus aviones espía, reconoció la agencia en 1997. Las aeronaves tenían su base en el Área 51 (Nevada) y, para alegría de los espías, los fanáticos de los ovnis las tomaban por ingenios de otros mundos. Allí se llevaban también para su estudio restos de naves y satélites soviéticos. Al mismo tiempo, EE UU intentaba desarrollar en secreto una nave supersónica con forma de platillo dentro del llamado Proyecto 1794. Lo abandonó en 1961 tras invertir 31 millones: nunca superó los 56 kilómetros por hora ni se elevó más de un metro.