La adaptación de la novela homónima cuenta con la participación del propio Auster como guionista y productor. Tendrá su premiere mundial en el Festival de Cine de Mar Del Plata. Infobae Cultura dialogó con el director
Las novelas que son llevadas al cine presentan un gran desafío para los realizadores audiovisuales. Ellos son medidos con una doble vara: la de alcanzar una pieza original y la de no defraudar los conceptos básicos que se plantean en el libro. Este dilema se acrecienta cuando se trata de novelas que fueron un éxito y sus autores tienen millones de fanáticos en todo el mundo que esperan con ansias ver esa adaptación y no sentirse desilusionados.
Este planteo no parece ser un problema para el director argentino Alejandro Chomski que por tercera vez estrena una película basada en una novela escrita por otro. En esta oportunidad, se mete en el mundo de El país de las últimas cosas, la novela de ciencia ficción que Paul Auster publicó en 1987. De todos modos, esta película tiene la particularidad de estar coguionada con el escritor estadounidense. La misma culmina luego de 17 años de trabajo cuando a comienzos de los años 2000, ambos tuvieron la misma idea de situar la historia en la Argentina. Esa idea fue mutando hasta llegar a una obra de arte en si misma que puede separarse de la literatura. Crearon un país universal que está atravesando una situación apocalíptica pero sin embargo esta construido con una belleza estética filmada en blanco y negro que sorprenderá al espectador que acompañará a Anna Blume, la protagonista, en la búsqueda por encontrar a su hermano desaparecido.
Infobae Cultura dialogó con Alejandro Chomski sobre este nuevo desafío cinematográfico que lo tiene a él y a Paul Auster como protagonista.
– ¿Cómo estás viviendo esta nueva virtualidad del cine alejado de las salas?
– La verdad es como vivir algo por primera vez. No se puede comparar. Hay un esfuerzo enorme por parte de los organizadores del Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata para trasladar este volumen de películas y que se puedan ver online. Tiene la ventaja de poder llegar a muchas más personas de las que podrían acceder de manera presencial. Son los formatos que llegaron para quedarse. Esto recién está empezando. Está cambiando la manera en que vivíamos el cine como una experiencia única de gente anónima que se sienta, se apagan las luces y son voluntariamente sometidos a entrar en una historia que no saben exactamente como termina. Esa experiencia del Siglo XX está recortada en este siglo. Van a seguir habiendo cines pero la llegada del streaming y la tecnología hace que se vaya repartiendo la forma en que se ven películas y tenemos que convivir con eso. Lo que nos está pasando es solo un adelanto del futuro.
-¿Cuándo arranca la relación con Paul Auster?
– Nosotros teníamos amigos en común. Ellos la habían pasado muy bien cuando vinieron de visita a Buenos Aires y le sugirieron a Auster y a su mujer, Siri Hustvedt, que me contactaran para conocerme. En general, ellos venían para la Feria Internacional del Libro pero no tenían nadie de referencia acá. Nos conocimos de esa manera y fue para mí un lujo y un privilegio. Fuimos muchas veces a cenar, a charlar de cine, de la vida o de nuestros antepasados rusos que se fueron exiliando a diferentes países como Estados Unidos y la Argentina. El último día que se quedaba, me invitó a tomar un café en la habitación de un hotel que daba a la Avenida 9 de Julio y pasó un importante grupo de cartoneros con caballos. Parecían un ejército de personas recogiendo cartón. Era específicamente lo que él plantea al comienzo de su novela acerca de cómo es la profesión de la protagonista que es una buscadora de objetos como los cartoneros. No es que a mí se me ocurrió plantearle adaptar una de sus novelas, sino que los dos nos miramos en ese momento y dijimos es como El país de las últimas cosas. De esa chispa, nació la llama del film. Allí vuelvo a releer el libro y fue muy desbastadora la analogía con la Argentina ya que nosotros estamos comenzando el 2002 y el 2001 representó algo terrible para la Argentina y todavía no lográbamos superar esa crisis. Empecé a escribir, comencé a mandarle partes del guion y terminé coescribiéndolo con él y que veía cada corte de la película y proponía cambios al punto que terminó siendo un miembro más y permanente del equipo. En estos 17 años que pasaron de aquella escena de la 9 de julio, viajé a Nueva York varias veces, paré en su casa, conocí el estudio donde escribe y tuve el privilegio de ver toda la artesanía de su trabajo que sigue escribiendo con lápiz o con birome la primera versión de sus libros. Hasta hoy es un miembro muy activo de la película, es productor, guionista y hasta mandó un video de presentación para el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
-¿Cómo fue el trabajo de coescribir con el mismo autor?
– La experiencia fue muy compleja porque el escritor está muy atado naturalmente a la escritura de su libro y la escritura del guion representa de alguna manera, en términos dialécticos, matar al libro y el guion es matado a la hora del filmar porque ya todo lo que era papel va cambiando de acuerdo a las posibilidades. Los diálogos que te parecían perfectos, en el set ahora te parecen larguísimos y además, vivís chocando contra la realidad ya que en la escritura todo es fantasía e imaginación. Después de la filmación, nos tocó la pandemia. La película estaba preparada como de ciencia ficción, distópica, como una parábola de la sociedad en que vivimos, pero el coronavirus la puso en otro lugar diferente. Te interpelaba en el montaje y te preguntaba “¿vas a hablar de mí o no?” y era complicado no hablar de la pandemia. En ese sentido, decidimos que la película se mantuviera fiel al libro y busca ser abstracta y hablar en general de todas las situaciones trágicas que atraviesan muchos países capitalistas donde las instituciones desaparecen y dejan de funcionar. No es una película catástrofe, no es sobre un virus o un tsunami, tampoco es una de guerra dónde una zona es bombardeada. El país de las últimas cosas no es ningún país en particular.
– ¿Por qué tardaron tanto en concretar el proyecto?
– En primer lugar, porque dejó de ser una película sobre la Argentina ya que después del 2002, el país empieza a repuntar y dejó ser protagonista de nuestra idea de película y volvimos a elegir de que fuera un lugar abstracto como en el libro. Después, buscábamos que se filme en inglés, para hacer un proyecto de película internacional y tuvimos en mente una serie de actrices como Eva Green o Alicia Vikander durante varios años, pero ellas pegaron un salto muy grande en sus carreras, ganaron un Oscar o participaron de versiones de James Bond, y ya no encuadraban en nuestro presupuesto. Además, la razón más concreta es la dificultad de encontrar inversores para apoyar una película de este estilo. En su mayoría, prefieren las más ligeras donde la vas a pasar bien y te van a sacar de la realidad un rato y mientras comés pochoclos. Esas son más fáciles de hacer y de financiar que otra que te hable concretamente de lo que estamos pasando en forma de parábola o metáfora. Te está diciendo: “reflexioná sobre lo que estás viviendo”. Por otro lado, hay mucha gente del público que está cansada o asustada y no tiene ganas de ir al cine para ver esto. Eso no significa que ese tipo de películas no se sigan haciendo. En todos los países donde suceden cosas desgraciadas, a partir de eso siempre nacen historias. En nuestro caso, la misma está pensada en un lugar universal, cosmopolita e imaginario, para que sea más interesante para el espectador. Es una reflexión abstracta no una copia de la realidad.
-¿Por qué elegiste actores de diferentes nacionalidades?
– Fue todo a propósito para confundir al espectador. De hecho usamos diferentes idiomas para los megáfonos y para tratar de hacer una especie de “Arca de Noé”. Nuestros personajes estaban en un país donde se concretaba de forma fáctica este objetivo de abstracción. Si mezclamos tonadas y nacionalidades el espectador no tiene manera de anclarla en ningún espacio en particular.
-¿Qué le pareció la película terminada a Paul Auster?
– Vio todas las partes, hablamos diariamente cuando terminábamos cada corte. Él es cinéfilo y ya realizó varias películas entonces opinó muchísimo sobre cada escena, que le parecía, o si se podía mejorar. En una de las escenas en particular no le cerraba el tema musical que habíamos elegido para la historia de amor, que era el de Leo Dan Como te extraño, que si bien en el mundo latino funciona, él decía que los anglosajones no lo iban a entender. Así que fuimos de vuelta al montaje con el editor y encontramos otro plano mucho más eficaz que la canción. Todas estas discusiones entre los productores, el trabajo con este sólido equipo y con el mismo autor interesado en que salga bien favoreció a que la película nos deje a todos muy satisfechos. La desgracia de la pandemia permitió mejorar el diseño sonoro que si no, no hubiéramos podido hacerlo y el mismo ayuda mucho a que sea un relato de ciencia ficción y no tan realista.
-¿Cómo surge la elección estética de hacerla en blanco y negro?
– Te confieso que la habíamos pensado en color pero entrando en la edición, los interiores se veían muy de telenovela. Aquellos interiores que habían sido construidos en el estudio Pinewood en República Dominicana eran una cosa increíble pero no terminaba de cerrarnos cómo se veían en cámara. Un día probando le pedí al editor que lo pase a blanco y negro y de pronto, todo lo que no estaba funcionando empezó a funcionar. No llegamos al blanco y negro como un pre concepto sino por default. Nos llamó a la puerta y nos dijo: “sin mí no van a ningún lado”. Además, la filmamos con el director de fotografía, Diego Poleri, en 2,35 que es como un formato apaisado con lentes anamórficos que le dan un diseño de formato que ayudan a esta estética. Todas las piezas del tablero, a partir de ese viraje, se pusieron en orden y ya la película empezó a funcionar exactamente como queríamos para llegar a este punto estético.
-¿Qué diferencias encontrás con tus otras adaptaciones?
– La primera fue Dormir al sol, sobre la novela de Adolfo Bioy Casares. En ella tenía una base de estructura dramática muy fuerte y libremente tuve que ponerme a adaptar y reescribir. Fueron 17 reescrituras del guion. La novela de Bioy funcionaba muy bien para la literatura pero no tenía un final, ni una explicación de porque los malos eran así y por qué hacían lo que hacían. Por eso, la continué, le hice un reversión al libro como si siguiera escribiéndolo para buscarle un final fuerte. Lo malo es que no tenía al autor interviniendo porque Bioy ya había fallecido para cuando la terminé. En la adaptación del libro Maldito seas Waterfall, de Jorge Parrondo, pasó algo similar ya que él me dio toda la libertad. La novela está escrita para que pase en Los Ángeles y yo lo adapté a Buenos Aires. No me pidió ver el guion, simplemente vio la película terminada y le encantó. Este caso puntual fue diferente porque trabajé directamente con el autor, que está vivo, opina, le gusta el cine y sabe de cine. Fue toda una experiencia súper enriquecedora, de crecimiento y aprendizaje, que demuestra su generosidad, no sé si este proceso de trabajar con el autor como guionista se da en muchos casos. En este, tanto él como yo habíamos escrito bastantes guiones profesionales y a nivel formato podíamos hablar de igual a igual, estábamos horas hablando de las escenas y cómo tenía que ser, dónde empieza y dónde termina, yo escribía, él hacía correcciones. Fue un proceso muy divertido e intenso desde el punto de vista de la escritura, porque tenés al autor mismo discutiéndote las escenas que estamos llevando al cine, él tenía ventaja porque había creado a los personajes y saber exacto quiénes eran.
-¿Qué respuesta esperás de los fanáticos de Auster?
– Imposible que no se arme polémica con ellos. La voy a vivir como un testigo más de esa polémica. No tiene sentido discutir las posiciones de los ultra fanáticos que no ven reflejada la novela. Aprendí que es parte de la vida, el arte de encontrar defectos en los detalles está en todos los rubros. En este caso es diferente porque tengo al autor que la está defendiendo, en el caso de Bioy fue distinto porque él no podía opinar acerca de lo que le pareció el film, fue un tema complejísimo.
-¿En qué estás trabajando ahora?
En paralelo a la película, empecé a escribir cuentos y anécdotas que viví en el cine y en la vida personal, como una forma de confesionario de metidas de pata y sale ahora en diciembre por Caleta Olivia el libro, estoy contento de haber podido escribirlo y que sea en una editorial que me gusta mucho todo lo que publica. Estoy con estos dos bebés sacándolos al mundo después de estar mucho tiempo en la panza en un año muy complicado.
*”El país de las últimas cosas”, de Alejandro Chomski tendrá su premier mundial en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata los días 27, 28 y 29 de noviembre, desde su web y en esta última jornada podrá verse a las 22 en Cine.Ar TV. Además, se estrenará de manera oficial el próximo 3 de diciembre en la plataforma Cine.Ar Play y Cine.Ar TV.
El martes 1° de Diciembre habrá una función presencial en el Anfiteatro del Parque Centenario desde las 20:15 bajo el protocolo para la realización de eventos culturales al aire libre con público. Con entrada libre y gratuita