Mariángela Velásquez
La historia de José Dorancel Vargas, llamado el ‘comegente’ o el ‘Hannibal Lecter de los Andes’, tenía todos los elementos necesarios para alimentar a la prensa amarillista de la década de 1990 en Venezuela: era un asesino serial que mató al menos 4 hombres para comerlos.
El frenesí mediático tuvo su clímax cuando Dorancel apareció ante las cámaras barbudo y desgreñado admitiendo que se había comido algunas partes de sus víctimas y que le resultaban sabrosas.
A los ojos del mundo, el hombre que ahora tiene 67 años era un siniestro sujeto que declaró sonriendo que había hecho empanadas rellenas con los restos de uno de sus amigos. Pero al detenernos a realizar una mirada más profunda es evidente de que se trata de la historia de una víctima que se convirtió en victimario.
El criminal confeso nació en el Vigía, en el estado andino de Mérida, el 14 de mayo de 1957. Fue el tercero de diez hijos de una pareja de agricultores humildes. Abandonó la escuela en sexto grado y fue detenido varias veces por robar ganado. Dicen que lo que más alarmaba a su familia era su gusto por descuartizar gallinas para comerlas crudas y beber su sangre.
En la pubertad fue diagnosticado con esquizofrenia paranoide, un severo trastorno mental que afecta el pensamiento, las emociones y las acciones de quien la padece. Las personas con este tipo de enfermedad psiquiátrica suelen ser tranquilas y con tendencia al aislamiento, pero durante los brotes psicóticos pueden tornarse agresivas, con alucinaciones que los hace sentirse atacados o perseguidos.
Así nació el caníbal
El deterioro mental de Dorancel se agravó, con el paso de los años, por la falta de tratamiento. Eventualmente se alejó por completo del hogar paterno para deambular por distintas ciudades de Venezuela, hasta que terminó viviendo en un túnel debajo de un puente en la ciudad de San Cristóbal, estado Táchira.
El escritor Sinar Alvarado, quien realizó una minuciosa investigación periodística sobre el caso para publicar el libro “Retrato de un caníbal” en 2005, explicó durante una entrevista con la Radio France Internationale (RFI) que Dorancel era un hombre enajenado, completamente fuera de la realidad, que comenzó a vivir como un hombre primitivo, cazando animales como perros, gatos y pájaros para alimentarse. Hasta que llegó el punto que, empujado por su enfermedad, pasó de cazar animales a cazar hombres.
Su primera víctima fue Cruz Baltazar Moreno, un hombre de 40 años que desapareció el17 de enero de 1995 y cuyos restos fueron encontrados poco después en la ribera del río Torbes. Dorancel fue detenido por homicidio intencional y porte ilícito de arma blanca, pero fue excarcelado en 1997, con la orden de ser internado en el Instituto de Rehabilitación Psiquiátrica de Peribeca.
Su estadía en ese centro de salud mental fue fugaz. Fue liberado luego de que las autoridades sanitarias determinaran que Dorancel no representaba ningún peligro para la comunidad. Ese error en evaluar la verdadera peligrosidad de Dorancel terminaría siendo mortal. Cuando el antropófago recobró la libertad, mató y engulló las partes de otros cinco hombres.
En una reportaje para la revista Gatopardo, Alvarado transcribió parte de su entrevista con Dorancel:
“—¿Sentiste en algún momento que no querías matarlo?
—Nooo, qué va. Yo estaba preparado.
—¿Qué sentías después de matar?
—No, me sentía bien de salud; sentía descanso con la carne… sentía descanso de comer. Uno solo me duraba siete días… descansa uno como siete días con la carne, con la comida, ¡porque los mataba era por hambre! A uno me le comí el cuero todo.”
Los horrores del calabozo
Luego del revuelo tremendo que causó su captura hace 24 años, pocos recuerdan a Dorancel. No puede ser procesado por sus delitos ni enviado a un centro penal porque es inimputable por su trastorno mental, pero tampoco puede ser liberado porque se ha comprobado que mató a 4 personas (aunque se encontraron restos de otras personas que no pudieron ser identificadas) y su diagnóstico psiquiátrico es crónico e irreversible.
Como en Venezuela no existe un centro de reclusión especializado en pacientes infractores, Dorancel permanecerá encerrado de manera indefinida en los calabozos de la Policía del Estado Táchira, donde vive hacinado junto a otros 400 privados de libertad.
Allí ocurrió otro caso de antropofagia que no fue responsabilidad directa de Dorancel en 2016. Un grupo de presos lideró un motín para exigir mejoras en las condiciones de reclusión pero rápidamente se tornó en una situación sangrienta en la que los líderes exigían altas sumas de dinero a cambio de no asesinar a los policías que mantenían como rehenes.
En una pavorosa situación que fue transmitida en vivo por internet, tres policías fueron torturados hasta la muerte y luego los colgaron para desangrarlos. Los cabecillas obligaron a Dorancel, que llevaba años tranquilo y medicado, a descuartizar los cuerpos. Luego los cocinaron y obligaron a los presentes a comer los restos de los policías.
De víctima a victimario
Para Alvarado, Dorancel comenzó siendo una víctima y terminó siendo un victimario.
“Fue víctima de su enfermedad, sufre de esquizofrenia paranoide desde la adolescencia, víctima de la ignorancia, era hijo de campesinos analfabetas que no supieron manejar a su hijo como paciente psiquiátrico, víctima luego de la impericia o de la negligencia del sistema judicial venezolano, que no supo atender su caso, y víctima del sistema hospitalario y de salud del país. Todas estas circunstancias confabularon para convertirlo luego en un peligroso victimario”.
El autor y periodista colombo-venezolano siempre se ha opuesto al tratamiento amarillista de los medios y también a la exaltación de Dorancel, descartando las comparaciones con el famoso asesino serial interpretado por Anthony Hopkins en El Silencio de los Inocentes.
“Pero él no posee un intelecto privilegiado; ni seduce a sus víctimas como el personaje del cine, vestido con una braga de presidiario. No. Dorancel es un campesino iletrado y un victimario sin conciencia; el primitivo instrumento de dos fuerzas que siempre lo dominaron: la ignorancia y la locura”, escribió hace años en un artículo de opinión en The New York Times.
Fuentes: Gatopardo, NYTimes, RFI, El Pitazo, El Mundo.