Omar Peralta
Xóchitl Gálvez tiene al enemigo en casa. El proceso electoral está demostrando las peores falencias de la coalición Fuerza y Corazón por México. PAN, PRI y PRD unieron fuerzas desde las elecciones intermedias, pero la gran meta la tienen este año. Se asumieron como bloque opositor total: todo lo que tuviera que ver con contrarrestar a López Obrador y Morena debía pasar por ellos. Por eso se abrazaron con tanta efusividad y compromiso: nadie por encima de nadie. Pero el paso del tiempo ha revelado que tienen una bomba en las manos que está desesperando a Gálvez como a nadie más.
Y eso sucede cuando se adquieren tantos compromisos. Hoy la candidata opositora está imposibilitada para criticar al PRI y al PRD. Son sus aliados. Y no sólo a ellos. También tiene que remar al lado de Santiago Creel, compañero de partido y coordinador de campaña, que antes de ese cargo quería optar por la presidencia de la República una vez más. Sin importar que ya hubiera sido descartado en 2012 y 2006; y que su nombre no sea sino una garantía de derrota en elecciones: López Obrador le venció en 2000 cuando ganó la jefatura de Gobierno de Ciudad de México.
Gálvez tiene su campaña en manos de un político experto en perder. Y luego tiene que lidiar con los líderes de los otros dos partidos. Alejandro Alito Moreno, presidente del PRI, que ni siquiera es respetado en sus propias filas y que aglutina acusaciones por desvío de recursos y violencia de género. Y Jesús Zambrano, de marcha ideológica desdibujada, pendiente de cualquier salvavidas político que evite la extinción del PRD —lo mismo que Jesús Ortega, integrante de la campaña de Gálvez, perredista de cepa—.
Y volviendo a la casa panista, está Marko Cortés, un político cuya esencia gris fue cuestionada desde antes de que se supiera que había aprobado y firmado la repartición de cargos entre PRI y PAN en Coahuila, un escándalo que añadió una fisura más a la alianza opositora y que dejó en franco estado de indefensión a la candidata: no puede hablar mal de su líder, porque es su líder (obvio), ni tampoco bien para no darse un tiro en el pie.
Por eso a Gálvez le costó tanto trabajo lidiar con una pregunta concreta en su visita a la Universidad Iberoamericana: «¿Alito Moreno y Marko Cortés son buenos políticos», le cuestionó un estudiante. La candidata dio vueltas: dijo que no se podía votar por Morena, que tiene a Bartlett, pero no dio su opinión sobre ese par de políticos ni tampoco le aclaró al joven por qué debería votar por ella, a pesar de que está aliada a personajes tan cuestionables.
Quizá esto no fue contemplado en los cálculos de cada uno de los partidos, que lo que más querían era derrotar a López Obrador a toda costa. Se valieron de lo que fuera. Se sellaron acuerdos de paz entre partidos que, a grandes rasgos, siempre han sido rivales, aunque las componendas no sean nuevas del todo. Y lo único que consiguieron, a dos meses de la elección, es dejar a Xóchitl Gálvez entre la espada y la pared. No sorprende que la única estrategia sea cuestionar a Morena.
Y eso abre paso a otra pregunta de largo alcance: ¿qué va a suceder después? La unión tripartidista se encamina a su fracaso más grande y doloroso, y ni siquiera quieren darse cuenta, como para corregir. Sheinbaum podría perfectamente seguir su modus operandi del debate y ampliarlo a cada ámbito de la campaña: indiferencia ante la crítica, y de todas formas ganar. Esa es la gran tragedia del proceso electoral vigente.