James, ya el goleador máximo de siempre, suma números, hitos, premios y anillos como para sentarse en la mesa de las míticas estrellas y pelearle de igual a igual a Su Majestad. En esta nota enumeramos los argumentos de cada uno, comparando a dos mitos del deporte mundial
A los 37 años, la leyenda no se detiene. Al contrario, se agiganta. LeBron James no para de alcanzar hitos. Este domingo, casi en nuestra madrugada, James extendió a 22 su racha de partidos con al menos 25 puntos y, lo que es más importante, se convirtió en el jugador que más ha anotado en la historia, sumando fase regular y playoffs. Con 44.157 puntos ya superó a Kareem Abdul-Jabbar, goleador histórico que sigue siendo el máximo anotador de fase regular con 38.387, aunque no por mucho tiempo… LBJ tiene 36.526 en 1340 partidos, con un promedio de 27.3, mayor que el de 24.6 con el que terminó el mítico pivote. Numéricamente, es un logro más del Rey, quien además está segundo en eficiencia, tercero en goles de campo anotados y minutos disputados, cuarto en tiros libres, séptimo en asistencias, 10° en robos y 11° en triples. Aunque no es la única forma de medirla, la cautivante carrera del nacido en Akron en la NBA puede resumirse desde lo estadístico: tiene tanta cantidad de premios individuales como de elecciones para el All Star Game (18), 13 menciones en el equipo ideal de la temporada -5 en el defensivo y ha sido 16 veces el líder de un rubro estadístico –desde goleador en la 07/08 hasta mayor asistente en la 19/20- en una temporada, pero lo más importante son sus cuatro anillos y los 11 trofeos de MVP (Jugador Más Valioso), cuatro en fase regular, cuatro en finales y tres en Juego de las Estrellas-.
Lo más impactante, de igual forma, ha sido su dominio durante más de una década, situándose en la cima de la mejor liga del mundo. LeBron llegó a ocho finales seguidas, entre 2011 y 2018, y a nueve en diez años, ganando los cuatro títulos que tiene, con tres equipos distintos, dos con Miami (2012 y 2013), uno con sus amados Cavs de Cleveland (2016) y el otro, en 2020, con los famosos Lakers. Lo que ganó, cómo lo hizo, la forma en que dominó y cambió su juego (y el juego), y la impactante actual vigencia (promedia 29 puntos, 7.7 rebotes, 6.5 asistencias y casi 37 minutos en su 19° temporada y a una edad en la que muchos jugadores están retirados) lo han sentado en la mesa de los grandes. Pero de los grandes-grandes, de aquellos que pelean por estar en el Top 5 de todos los tiempos. Incluso lo alcanzado le permite discutirle el cetro de mejor de la historia nada menos que a Michael Jordan. En esta nota intentaremos evaluar cuál es el lugar de LeBron en los libres y explicar los argumentos que tiene cada uno (MJ y LBJ) para quedarse con ese privilegio en un debate popular que cada día viene más agitado…
Para entender su reinado en estos años alcanza con decir que, en 15 temporadas, ni siquiera una franquicia se acerca a las finales a las que llegó James. Miami y Cleveland, que lo tuvieron, tienen apenas cinco entre 2003 y 2020. LeBron llegó a su primera definición en su cuarta campaña, cuando Jordan, por caso, lo hizo en su séptima. Claro, de las nueve jugadas, el alero ganó sólo cuatro. Y perdió cinco, su gran déficit y la principal crítica que le hacen los que defienden a Su Majestad, quien llegó a seis finales y ganó todas, generando un aura de invencibilidad que todavía perdura. Eso, claramente, lo separa del Rey. Y de todos.
Pero no todo es el resultado, hay que ir a los contextos para entender mejor cada derrota. LBJ llevó a la definición a un par de equipos mediocres, como los Cavs del 2018 o los del 2007, ambos que perdieron por paliza, la primera vez ante los Spurs de Ginóbili y Oberto (4-0) y la segunda ante los super Warriors de Steph Curry, Thompson, Green y Durant (también 4-0). De las otras hay que mencionar dos que van a los extremos: la épica del 2016, que perdía 3-1 y se la llevó 4-3, ganando el séptimo juego de visitante y con una actuación gloriosa, con una tapa mítica corriendo de atrás a Iguodala. Tal vez aquella sea la victoria en finales más deslumbrante de la historia, por cómo se dio y ante qué rival se produjo, el Golden State de Kerr, uno de los mejores equipos de la historia. Y, del otro lado, hay que mencionar la del 2011, una muy dolorosa para James –y su legado-. Dallas se la ganó por 4-2 con una estrella en el plantel, el alemán Nowitzki, cuando el Heat tenía tres (Wade y Bosh, además de LeBron). ¿Las otras que perdió? Una más contra los Warriors (4-2 en 2015) y la restante resultó la revancha que se tomaron los Spurs en 2014, tras perder en 2013. Aquel San Antonio de Duncan-Parker-Manu era brillante y le ganó dando cátedra (4-1 en la serie).
Jordan nunca falló, como si le pasó a James, pero es verdad que tuvo más ayuda que el Rey, sobre todo en su segundo tricampeonato (96-98). Tuvo a su lado al mejor lugarteniente de la historia, Scottie Pippen -probablemente uno de los 5/10 jugadores de esos años-, también al gran Dennis Rodman –de los mejores reboteros y defensor de internos de la historia-, al talentoso Toni Kukoc (mejor Sexto Hombre, una especie de Manu Ginóbili en aquella época) y a Ron Harper –base de 2m que hacía de todo-, entre otros. En el primer tri (91-93) tiene más valor lo de MJ. Chicago se sacó de encima a Detroit y le ganó a rivales top, como los Lakers de Magic Johnson y James Worthy, a los Blazers de Terry Porter y Clyde Drexler y a los Suns de Charles Barkley y Kevin Johnson. No estaban Rodman y Kukoc, pero sí Pippen, Horace Grant (muy rendidor ala pivote que defendía y anotaba) y bases con mucho tiro y oficio, como John Paxson y BJ Amstrong. James no tuvo tanto. En 2007 el equipo finalista era una banda realmente, tal vez de los peores que se recuerden. Distinto fue en Miami. En 2010 se formó el Big 3 llamado The Beatles que perdió la final del 2011, pero fue bicampeón, en 2012 y 2013.
Luego, cuando volvió a Cleveland, para terminar con el karma de una ciudad que hacía más de 50 años que no ganaba un título profesional, se armó un buen equipo, con el talentoso Kyrie Irving y algunos obreros valiosos (JR Smith, el ruso Mozgov, el australiano Dellavedova, el canadiense Thompson y tiradores como Miller y Jones), pero nada extraordinario. Por eso fue impactante lo del 2016: porque tenía un muy buen equipo –pero nada del otro mundo-, además de cómo y a quien le ganó, y lo significó para Cleveland y la historia del deporte estadounidense. Aquella victoria fue realmente digna de una película hollywodense. Tras quedar en paz con su estado, el de Akron se fue a Los Angeles, por lo deportivo y, claro, también, por todo lo que genera desde el marketing estar en el mercado más grande y con un equipo mítico.
Como LeBron ha dominado desde 2010, Jordan lo hizo en los 90. No sólo ganó seis anillos sino que no son pocos los que creen que si no se hubiese retirado en 1993 (estuvo un año intentando llegar a las Grandes Ligas del béisbol) hoy tendría ocho… Por lo pronto, entre 1991 y 1998, cuando jugó, no dejó que nadie más ganara. Frustró a equipos consagrados y dejó sin anillos a estrellas contemporáneas como Patrick Ewing, Charles Barkley, Mark Price, Reggie Miller, John Stockton y Karl Malone. Los que zafaron fueron Hakeem Olajuwon y Clyde Drexler, aprovechando el primer retiro, con el bicampeonato con los Rockets (94-95, sólo en el segundo estuvo Drexler), y luego David Robinson, disfrutando ya del segundo, en 1999, con los Spurs que se habían fortalecido con el arribo de Duncan.
Otro tema para analizar es la oposición que tuvo cada uno. La de Jordan fue superior, sobre todo en su conferencia. El Este era devastador en aquella época, a diferencia de LeBron, que gobernó una conferencia incluso inferior a la del Oeste. MJ lidió, primero, con los Chicos Malos de Detroit, que lo eliminaron durante tres años consecutivos con un estilo que marcó una época. Los Pistons eran la personificación del básquet callejero, duro y físico. Tenían talento, sí, pero no más que los Bulls y crearon una cuestionable estrategia defensiva -que se basaba en cinco máximas- para anular a Jordan e intimidar a los Bulls. No sólo lo hicieron con ellos, también con el resto, siendo bicampeones en 1989 y 1990. Hasta que los Bulls se fortalecieron, en todo sentido, los barrieron en 1991 camino al primer anillo. Un copia cercana fueron los Knicks de Pat Riley, Pat Ewing, Charley Oakley y John Starks que tuvieron en jaque a los Bulls pese a no poder eliminarlos en tres series de playoffs (4-3 en 1992, 4-2 en 1993 y 4-1 en 1996).
Jordan eligió a los Pacers de Reggie Miller como los más duros -sacando los Bad Boys- y no le falta razón. Indiana lo llevó a un 7° y decisivo juego, en 1998, algo que sólo pasó dos veces (la otra fue NYK en 92) desde 1991. Chicago estuvo varias veces en situaciones que pudo quedar al borde. Estuvo a punto de ir a 7° de visitante en Phoenix y Utah. Pero siempre salió adelante. Tener a Phil Jackson, experiencia y oficio fueron decisivos, pero MJ era la diferencia… Aquel Indiana era un equipazo porque además tenía a Mark Jackson, Jalen Rose, los Davis, Chris Mullin y Rik Smits. Estuvo 12 puntos arriba en aquel partido definitorio, pero no pudo. Y fue, además, en una sola serie y ante el último Chicago, más cansado y sin estar en plenitud. Aquellos Bulls también tuvieron que dejar en el camino a muy buenos equipos como los Cavs de Mark Price, el Magic de Shaquille O’Neal y el Heat de Alonzo Mourning. Una época con una NBA superior, con un dato no menor: un juego mucho más rudo, áspero, con mayor predominio de la defensa y con menos reglas favorables para los atacantes. Así y todo, Jordan fue imparable. Tanto o más que James.
A nivel números hubo paridad hasta hace tres años cuando la vigencia de LeBron sacó la diferencia: en temporadas jugadas (LeBron se impone 19-a 15, en playoffs disputados (15-13), en All Star (está por disputar el #18 contra 14 de MJ). En premios de MVP en fase regular se impone MJ (5-4) y en Finales por 6-4, lo mismo que en quintetos defensivos ideales (9-5) y las veces que fue goleador de una temporada (10-1). James vence en quintetos ideales (13-10) y en elecciones totales (17-11). Pero, claro, hay más que números. Yendo al juego. LeBron es un portento físico, superior a Jordan. Y es mejor rebotero y pasador que MJ, dos facetas que se reflejan en los números (ventaja de LBJ en promedios: por 7.5 a 6.2 en recobres y 7.4 a 5.3 en pases gol). Defensivamente son similares, aunque el 23 de los Bulls recolectó más premios (tres veces líder en robos y con mayor promedio histórico: 2.3 a 1.6) y quintetos ideales, incluso en una campaña fue goleador y mejor defensor (1988). Por último, para sumar contexto, hay que dejar claro que las reglas son hoy más beneficiosas para el atacante y las estadísticas eran más rigurosas antes.
Su Majestad tuvo más armas ofensivas (se retiró con un promedio de 30.1 contra el actual 27.1 de LeBron) y fue dueño de una elegancia y plasticidad superior al Rey. MJ jugó en el aire y, cuando sumó años, en la tierra. Patentó tiros y movimientos, además de ser dueño de un estilo cautivante que LBJ nunca alcanzó. Ambos fueron mejorando sus lanzamientos de larga distancia, aunque Jordan desarrolló uno algo más confiable, aunque la eficacia promedio de LBJ es superior (34.5 a 32.7% en triples). Y, en el 1 vs 1, cuando la ofensiva se trababa, no hubo otro como Jordan. Su arsenal ofensivo fue mayor que el que vemos hoy en LBJ. Eso sí, pasando la pelota lo de LeBron ha sido épico, mejor que muchos bases y superior a Michael. En cuanto a lectura, recursos y voluntad para pasarla. Eso también lo desarrolló con el tiempo, luego de ver muchas veces cómo lo presionaban a él y liberan compañeros.
En esto del juego hay un tema subjetivo que tiene que ver con lo estético. La elegancia y cadencia que MJ tenía en sus movimientos y jugadas nunca pudo igualarlas LeBron. Ni nadie, salvo Kobe Bryant, otro de los que habita la mesa de los grandes y desarrolló un juego casi calcado al de Su Majestad. Jordan te divertía, te llenaba los ojos, te hacía parar del sillón, te hacía aplaudirlo de pie, te hacía pensar cómo lo hizo… Su sonrisa y carisma, además, también eran superiores. Y todas estas cosas cuentan para muchos, porque generan un romanticismo superior. Una frase de un fan de MJ resume esta idea: “Jordan nunca será superado, no por lo que hizo sino por cómo lo hizo”.
En profesionalismo hay un empate virtual porque ambos han sido igual de rigurosos, metódicos y exigentes. Había una frase que rezaba “Jordan fue el jugador que nació con más talento pero, a la vez, el que más trabajó para pulirlo y potenciarlo”. Bueno, de LeBron puede decirse lo mismo. Ambos transformaron su juego para seguir dominando y ganando como pocos. Jordan, que dominó en el aire durante los primeros ocho años (por poner un número), hizo cada ajuste, entre temporadas, para no sufrir el paso del tiempo y continuar gobernando el torneo, ya en el piso, siendo más jugador de equipo, inteligente, mejorando el físico –se volvió más fuerte para absorber el castigo de las defensas más ásperas-, el lanzamiento y desarrollando movimientos imparables (como el fadeaway jumper, en el que saltaba yendo hacia atrás, se mantenía en el aire y ejecutaba con gran eficacia antes de tocar el piso).
Con James pasó algo similar, pero al revés. LeBron llegó a la NBA siendo un camión con acoplado y debió sumar fineza, lucidez y un mejor tiro, que al principio era su gran debilidad. Casi todo lo hizo. Incluso se supo, hace poco, que gasta al menos 1.000.000 de dólares por año para cuidar su físico y mantenerse vigente a esta edad. “Es el jugador más disciplinado, además del mejor”, admitió Draymond Green sobre quien tiene lo último en tecnología para mantenerse sano y fuerte como hace cinco años. LBJ posee un gimnasio en su casa idéntico al de los Lakers, con aparatos de última generación para facilitar la recuperación, como cámaras hiperbáricas y de crioterapia. También cuenta con varios profesionales a su servicio, desde cocineros hasta fisioterapeutas pasando por un preparador físico personal, claro. “LeBron tiene un físico privilegiado, pero también una gran inteligencia y una fuerza de voluntad inquebrantable”, dijo Mike Mancias, el PF elegido por el Rey.
En mentalidad y competitividad son similares, aunque da la sensación de que en el último rubro MJ fue más asesino. Básicamente porque te hacía sentir que era imposible ganarle. Tuvo decenas noches épicas, como ganar una final con 39 grados de fiebre, tras comer una pizza en mal estado y parecer que en cualquier momento se desmayaría… Como aquel impactante The Shot del 89 para ganar un 5° partido decisivo de Cleveland para llevarse la serie o el tiro ganador en Utah, en el Juego 6 de las Finales del 98, en su último acto como el Dios del básquet. LeBron también tuvo partidos para los libros y la memoria colectiva, pero menos que MJ. Jordan dio siempre la sensación de que no se le podía ganar, siendo dueño de un halo de invencibilidad que admitieron sus rivales. Así lo suyo pasó de realidad a un mito, en especial cuando volvió de jugar al béisbol y para eso cambió su físico (sumó ocho kilos más de músculo en un intento por llegar a la MLB) y volvió a dominar la competencia. Ese dominio lo tuvo LeBron en el Este, durante su estadía en Miami y Cleveland, pero como perdió cinco finales, esa es la gran diferencia que lo separa en el debate con su gran ídolo de la infancia.
Por lo pronto, tras enumerar fundamentos para que cada lector saque sus propias conclusiones –si le interesa-, LeBron se ganó un lugar, paso a paso, que hace una década parecía improbable. Desplegó un juego apabullante, ganó lo suficiente e igualó y hasta superó logros de otras míticas estrellas como Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar, Larry Bird, Bill Russell, Kobe, Shaq O’Neal, Olajuwon y Duncan, probablemente los otros habitantes del Top 10 histórico de la NBA. No es poco. El resto es para un debate de café que nos gusta a muchos, pero que no cambiará que estamos en presencia de un verdadero Rey del básquet. Le alcance o no para superar, en el análisis, a Su Majestad. Reverencias para ambos, señores y señoras.