A veces lo inevitable sucede, más en los teimpos que corren, con una sociedad cada vez más volátil y asentada en lo efímero.
Si existe un arte de decir adiós a lo irrevocable, bien haría alguien en transcribirlo, convertirlo en manual y comercializarlo. Como si nos pudiéramos ahorrar el golpe de los desengaños leyendo sobre ellos. De pretensiones vive el hombre. Y la mujer. Lo que no queremos que ocurra, acabará ocurriendo, da igual cuánto nos esforcemos por revertir el devenir de los acontecimientos. Porque no, no todo se puede y no, no es resignación, es verídico. Y, sin embargo, tampoco se trata de vivir preocupados por la posibilidad de que aquello que queremos tanto tanto se nos escurra de las manos antes, incluso, de tener la oportunidad de experimentarlo. Si me preguntan, la clave está en aceptar que, cuando ese momento llega, porque llegará, hay que dejarlo marchar con la satisfacción de haberlo exprimido creyendo que tenía un porvenir. Quizá nunca fue el arte de decir adiós, sino el arte de dejar que las cosas sigan su curso hasta que no dan más de sí. Disfrutar del viaje y aceptar la pérdida, aunque se convierta en un huecazo inmenso en el pecho.
El parte positivo es que el dolor de las derrotas mengua, con el tiempo desaparece. Porque esto también pasará, todo pasa, para bien o para mal, nada es eterno. También la sensación horrenda de las últimas veces que no queremos abrazar aun sabiendo que un día llamarán a la puerta: los últimos días perfectos, el último abrazo, los últimos besos, el último artículo que nunca quise escribir, pero no se escribe solo y cualquier etapa feliz que llega a su fin merece un homenaje. Este es el mío, mi particular arte de decir adiós a la que ha sido mi casa y lugar feliz en estos últimos años. Y a cada cual su particular forma de despedirse si con ello encontramos algo de paz en tanta vorágine existencial.
Que no se confunda este adiós necesario con una defensa de la práctica del desapego. Probablemente lo más revolucionario de la época en la que vivimos, caracterizada por un individualismo exacerbado que no admite ni media contradicción ni medio cuestionamiento ni medio asalto, es querer quedarse. Poder reducir las últimas veces a su mínima expresión. Y entiéndanme, siempre que las condiciones sean propicias. Pero en una sociedad donde mantenerse estático parece ser una lacra y el sujeto está convencido de que él es lo único que importa, bien haríamos en acostumbrarnos a calzarnos la dignidad de las despedidas, da igual cuán gastados estén los zapatos, con la misma naturalidad con que nos vestimos cada mañana.
Canta Chavela Vargas que uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida. Sitios que no tienen por qué ser lugares, sino también circunstancias y personas. Quizá nunca se refirió a volver, en términos de transportarse físicamente, sino a remitirse a ellos cada tanto, ahí donde los custodiamos a buen recaudo: nuestra memoria, para que lo irremediable no se convierta en olvido. Cuando volver es imposible, solo nos queda recordar, recordar, recordar.
En estos casi dos años vinculada a Yahoo en Español, agradezco a cada personas que me he encontrado en el camino. En especial a mi directora y editora, de una calidad humana intachable, por darme una libertad absoluta a la hora de escribir y por reconocer el esfuerzo del trabajo, no con palabras, sino con hechos. Y, por supuesto, gracias infinitas a quienes han dedicado parte de su tiempo a leerme, a leernos. Sin vosotros, esta etapa feliz nunca hubiera existido. Como tampoco esta última columna. Hasta pronto.