Laura Fernández
Es un día de octubre por la tarde; Destry Allyn Spielberg (Los Ángeles, 27 años) se estira, un brazo por encima de la cabeza, con el Mediterráneo de fondo, en una descomunal habitación de hotel. El lugar es Sitges, la ciudad a la que la pequeña de los Spielberg-Capshaw (su madre es la mujer con la que el famosísimo y oscarizado director lleva casado desde 1991, la actriz a la que conoció en el rodaje de Indiana Jones y el templo maldito, y que, aunque actuó hasta 2002, jamás volvió a hacerlo en una película de su, ya desde entonces, marido), ha acudido a presentar su primera película en el Festival de Cine Fantástico, una distopía terrorífica titulada Please, Don’t Feed the Children (Por favor, no alimenten a los niños). “Me espero unas críticas malísimas”, dice, y subraya la palabra malísimas. Sabe de lo que habla. “Estoy cansada de que me juzguen”, apunta.
Destry Allyn, cuyo nombre tiene tintes cinematográficos (proviene del título original del western protagonizado por James Stewart y Marlene Dietrich Destry Rides que se llamó Arizona) no pensaba dedicarse al cine. “No estaba en mis planes. Mi vida era la equitación”, confiesa. “Pero entonces tuve una caída muy aparatosa, y me lastimé la espalda. Me pasé un año hundida. ¿Qué iba a hacer con mi vida?”. Vuelve a estirar un brazo, y luego el otro. Tal vez sea una secuela del accidente. “Buscaba algo por lo que pudiera llegar a sentir la misma pasión que sentía por los caballos. Probé con la actuación. Me anoté a una escuela de teatro, y me pareció divertido, no sé. ¿Y si me convertía en actriz? En realidad, no acababa de entusiasmarme porque no quería tener que lidiar con el juicio constante que supone”, relata.
¿A qué se refiere? “A que cuando eres actriz, como mujer, se te juzga por tu físico constantemente, por si no eres lo suficientemente guapa, o lo suficientemente delgada para un papel. Y a mí ya se me juzga lo suficiente por ser la hija de Steven Spielberg”, contesta. “Duele. Por mucho que creas en ti, duele que lo que vean sea solo eso”, añade. Y, sin embargo, dice que lo intentó. Fue a castings, pero no hubo manera. “Es por eso por lo que me he propuesto dar oportunidades a actores que están empezando. Porque incluso siendo la hija de Spielberg no era capaz de conseguir un papel”, asegura. Los protagonistas de Please, Don’t Feed the Children son intérpretes jovencísimos y desconocidos. “Rodamos la película en 18 días, casi todo el casting eran menores de edad sin experiencia, ha sido un auténtico milagro”, dice.
Hay dos nombres conocidos, sin embargo, en la película. Uno es el de Giancarlo Esposito, de Breaking Bad, que tiene un minúsculo papel; y otro es el de Michelle Dockery, conocida por la serie Downton Abbey. Para Spielberg, el papel de Dockery (una ama de casa maléfica, que prepara galletas envenenadas y retiene a niños en su casa como la bruja de un cuento de los hermanos Grimm) tiene mucho de La otra madre de Coraline, la película que se basa en el libro de Neil Gaiman. “Mi inspiración viene del cine de animación”, admite. Del cine de animación, menciona El viaje de Chihiro y de Stanley Kubrick. Su película favorita de todos los tiempos es El resplandor .
“Cada vez que la veo me dice algo distinto. El cine de Kubrick me gusta porque esconde cosas. Me encanta cuando vuelves a ver una película y, de repente, todo lo que creías sobre ella cambia”, explica. Pero admite que no ha visto demasiado cine. Tampoco es una gran lectora. “De hecho, no soy nada lectora”, confiesa. “Pero he pasado mucho tiempo en rodajes. De pequeña me recuerdo en rodajes. No fui a un colegio corriente: solía estudiar en casa, y como era la pequeña de siete, bueno, los demás ya tenían sus vidas cuando yo aún estaba con mis padres, así que me llevaban con ellos. Y creo que sé más sobre cómo se hacen las películas que sobre películas”, asegura. Por eso, cree, tuvo la clase de revelación que tuvo cuando se puso tras la cámara por primera vez.
Lo que ocurrió es que, “con una amiga, decidimos escribir nuestro propio guion y protagonizar nuestra propia película, porque a ella tampoco la llamaban para ningún papel. Y cuando lo teníamos todo, como no podíamos permitirnos un director, me dije: ‘¿Y si la dirijo yo?’ Y entonces me di cuenta de que sabía cómo funcionaba todo. Que, de forma inconsciente, había aprendido a estar detrás de la cámara, y ya no quiero volver a estar delante”, recuerda. No se refiere al corto que dirigió después, el que escribió Owen King, el hijo de Stephen King, y protagonizó Hopper Penn, el hijo de Sean Penn, y por el que fue acusada de nepotismo, sino a algo que hizo antes. “¿Qué esperan? Claro que soy una hija de, pero qué hago, ¿vuelvo a nacer para dejar de serlo? ¿Le pido al de ahí arriba que me haga hija de otras personas? Eh, señor, ¿me deja empezar de cero de verdad? Hiciera lo que hiciera, me juzgarían, así que, qué más da”, señala.
Es por eso por lo que tiene un cometido, dice. “Yo sé lo que es no ser vista: cuando quería ser actriz y nadie me contrataba, ni siendo una Spielberg. Sé lo que es creer que vales para algo y que nadie se esté dando cuenta. Por eso quiero impulsar carreras, trabajar con gente que no haya hecho nada antes. Descubrir nuevos talentos. Quiero que el privilegio y la maldición de ser vista como soy ahora sirva para algo. Porque el cine no va de uno mismo. El cine va de crear un equipo. Una pequeña familia”, asegura. Y hablando de familia, ¿han visto sus padres la película? “Mi madre aún no, pero mi padre sí. Me dio un abrazo cuando la acabó. Sé que está orgulloso, pero sé que hay cosas que no le gustan. Me dio consejos y los seguí. Hicimos lo que pudimos con lo que teníamos. La próxima será mejor”, asegura. La próxima ya está en marcha.
Lo único que puede decir de ella es que será una película de misterio y asesinatos.