Leslie Figueroa
Recuerdo que hace un par de años cuando me encontré con el documental “Tres idénticos desconocidos” que cuenta la historia de unos trillizos separados al nacer y ser dados en adopción a distintas familias que se encuentran eventualmente durante la adolescencia ‘por casualidad’, me sorprendió mucho aquella historia, sobre todo por la falta de información que tenían acerca de su familia de origen y cómo a pesar de esto la conexión entre ellos era tanta que se buscaban sin saberse, casi como por instinto y al encontrarse era como si todos esos años de separación hubieran sido sólo minutos.
Yo soy la única hija y la más pequeña, tengo tres hermanos mayores, lo cual nunca fue un infortunio, por el contrario, tenía tres compañeros de aventuras con los que trepaba árboles, hacía torneos de videojuegos y hasta competencias de comida. Creo que tuve una infancia increíble. Las diferencias entre nosotros se hicieron presentes cuando entré a la adolescencia, no sólo por los roles de género y expectativas sino porque mi cuerpo y mis emociones estaban cambiando radicalmente y mis hermanos estaban en una etapa de jóvenes-adultos muy lejana a mi realidad. Mi madre trabajaba un par de veces por semana pero incluso cuando estaba en casa no sentía que pudiera hablar con ella sobre estos cambios que vivía, o bueno, realmente no sobre casi nada, la percibía de mal humor y cansada, lo menos que buscaba era generarle más estrés o salir con un regaño de su parte.
Agradezco que en mi casa no esperaran ni mis padres, ni mis hermanos que yo recogiera sus platos o les ayudara a planchar sus camisas sólo por ser la más pequeña o la única mujer, era una más de ellos aunque a veces no me sintiera parte del todo. El sentimiento se hizo más fuerte después de unos años, era como si algo me faltara.
Preferí atribuírselo a la crisis existencial de la edad (que quizá nos pasa a cualquier edad) y seguí adelante, sentía una punzada en el pecho ligada a la inexplicable idea de que me faltaba algo o alguien. Por un tiempo creí que ese algo era parte de mi proceso para convertirme en adulta, así que busqué respuestas en la espiritualidad, la metafísica y hasta en la iglesia. Aprendí mucho y conocí personas maravillosas, viví experiencias reveladoras pero no era suficiente.
Mi padre viajaba mucho por su trabajo así que cuando nos veíamos se aseguraba de recordarme lo orgulloso que estaba de mi, de nosotros, nunca sentí que hiciera diferencias en el trato conmigo y mis hermanos, ni mucho menos, aunque siempre fue un tanto frío, más con mi madre.
Él enfermó de forma repentina y empezamos a notar ciertas inconsistencias en su actuar y en lo que nos compartía, los doctores lo atribuían a su enfermedad, yo no, no entendí por qué pero me decidí a acompañarlo, los primeros meses pasaba la mayor cantidad del tiempo posible en casa, después en el hospital, quería acompañarlo y aprovechar su presencia tanto porque la situación lo ameritaba tanto como porque cada vez que estábamos solos me contaba historias inéditas de su vida, me compartía pedazos de sí mismo que al parecer llevaba mucho tiempo guardándose sólo para él, abrió puertas cerradas con candado y me invitó a pasar.
Hacía años que mis padres estaban distanciados, seguían viviendo en la misma casa pero ya no juntos, dormían en cuartos separados pero iban a misa juntos, quizá más por costumbre que por proyecto de vida, nosotros ya éramos todos adultos independientes y profesionistas así que aquellos pretextos de co-responsabilidad afectiva y económica relacionados con los hijos no tenían cabida. No sabía entonces lo que se ahora, que a veces aunque uno quiera irse se queda, y viceversa, que quedarse puede ser mucho peor y más desgastante que irse. Pero esa es otra historia.
Así pues pasé los últimos meses de vida de mi padre conociéndolo, o mejor dicho reconociéndolo. Por fin descubriendo quién era como persona, no sólo como proveedor, esposo o padre y a través de él reconociéndome también a mí misma no sólo como hija, sino como mujer, compañera, hermana y amiga. Es increíble pero al conocer más acerca de mis raíces más fuerte sentía que podía crecer, entender desde el amor que aquellos que me criaron quizá no tenían idea de lo que hacían pero aun así hicieron lo mejor que pudieron de acuerdo a sus circunstancias me ayudó a sanar y empezar a llenar aquel ‘huequito’ que sentía.
El día del funeral de mi padre fue uno de los días más tristes y significativos de mi vida, no sólo por el inmenso dolor de saber que no podrían sus manos tibias seguir tomando las mías o por tener que verlo recostado sin vida como si estuviera dormido con ese traje azul a rayas que tanto le gustaba, sabiendo que era la última vez que lo haría. Sino también porque ese mismo día que se marchó fue cuando Daniela llegó a mi vida.
Apareció con un vestido negro con pequeñas florecitas hechas de puntos diminutos rosa pastel, iba de la mano de Dolores, una vieja amiga de la familia que hacía mucho tiempo no veíamos, de inmediato entendí el porqué. No había duda alguna, al verla sus enormes ojos verdes eran clara evidencia de lo obvio, Daniela era hija de mi papá, y así ,en ese momento fue cuando todas las piezas encajaron de inmediato.
Mi padre fue un hombre trabajador, dedicado, responsable pero también infiel y eso no cambia en nada lo que siento por él, con empatía comprendo ahora muchas reacciones, comentarios y comportamientos de mi madre, porque aunque nuestra relación nunca fue tan cercana porque no logramos rebasar las barreras que nos impusimos más que como mi madre hoy puedo verla como una mujer compleja, con muchas aristas, como lo somos todas y todos. No entraré en los detalles de la dinámica entre mis hermanos, mi madre, Daniela y Dolores posterior al evento, pero si les digo con toda la seguridad del mundo que así como mis padres hicieron con nosotros, conmigo, estoy comprometida a ser la mejor versión de la hermana mayor que Daniela pueda tener, porque aunque mi padre se fue se quedó conmigo, con nosotros, y esa sensación que por años sentí finalmente desapareció y no sólo eso sino que fue sustituida por un amor infinito y en construcción constante por esta nueva forma de vivirnos en familia, porque no sabía que la estaba esperando hasta que la tuve en mi vida.