Javier Peláez
Durante los próximos días más de 20.000 personas, incluyendo investigadores científicos, activistas y por supuesto un nutrido grupo de líderes y representantes políticos pertenecientes a los 196 países que conforman las Naciones Unidas se reúnen en Glasgow, Escocia, en una nueva cumbre internacional sobre el cambio climático. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde pero, a juzgar por los resultados obtenidos a lo largo de estas últimas décadas, este formato de conferencias y acuerdos de Naciones Unidas solo se puede calificar como fracaso, un rotundo fracaso.
Durante los últimos treinta años se han celebrado 25 de estas grandes cumbres climáticas y las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial no solo siguen aumentando, sino que están batiendo récords históricos. Ni siquiera la pandemia, con sus meses de confinamiento, consiguió reducir las emisiones. Cualquier empresa que mostrara una cuenta de resultados tan negativa despediría a sus responsables y cambiaría la estrategia antes de caer en bancarrota.
Esta decepción constante de las cumbres climáticas se ha convertido ya en algo tan previsible que los principales medios y publicaciones especializadas ya advertían de su falta de eficacia, con mucha antelación. Una semana antes de su inicio, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ya auguraba que la COP de Glasgow se quedará corta, a mediados de octubre Foreing Affairs señalaba que las políticas internacionales climáticas han fallado y en Nature se publicaban varios editoriales recordando algunas de las muchas promesas incumplidas por las naciones más contaminantes.
Sin embargo, aquí estamos de nuevo. Las mismas intervenciones de los diferentes jefes de gobierno que vuelven a subirse a un atril, se ajustan bien el micrófono y sueltan sus discursos llenos de acción, dinamismo y promesas… para, días más tarde, incumplir sistemáticamente todos sus acuerdos y objetivos climáticos. La escena es conocida. Los miembros del Frente Popular de Judea, reunidos en una nueva asamblea, se disponen a derrocar al gran imperio romano con rotundos alegatos, enrevesadas enmiendas y mociones a votar, mientras siguen sentados sin hacer realmente nada.
La inactividad y falta de compromiso real de las diferentes administraciones políticas internacionales, especialmente de las naciones más contaminantes como China, Estados Unidos, India, Rusia o la Unión Europea es, sin duda alguna, la principal causa del escaso progreso obtenido en reducir las emisiones. Los estudios científicos son claros, las predicciones y escenarios proyectados para las próximas décadas son muy duros y la certeza de que no se alcanzarán ni los más básicos acuerdos en materia climática es ya total. Los mismos líderes políticos que firmaban sonrientes acuerdos y protocolos como los de Kioto o París, no han sabido (ni querido) cumplirlos en la práctica.
Esta es la cruda realidad: la indecisión en adoptar medidas contundentes y la tibieza a la hora de aplicar las ya acordadas están consiguiendo que las predicciones climáticas sean cada vez más peligrosas. El economista William Nordhouse, galardonado recientemente con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, señala con acierto tres motivos fundamentales que explican nuestros fracasos climáticos.
Para empezar, el precio de emitir dióxido de carbono es prácticamente cero en todo el mundo. Si alguien entra en un museo y ensucia o daña una obra de arte sabemos que será arrestado, juzgado y condenado. Por otro lado, ensuciar el medio ambiente, contaminar océanos o ríos, y por supuesto, emitir gases a la atmósfera sale demasiado barato, de hecho, en la mayor parte del planeta, sale gratis.
En segundo lugar, Nordhouse deja clara la falta de compromiso económico real que las naciones destinan al cambio climático, ya sea en inversión para investigación de nuevas tecnologías más limpias o en la ayuda a los países más afectados por el calentamiento global. En un de estas cumbre climática de Naciones Unidas, celebrada hace unos años en Copenhague, las naciones ricas hicieron una importante promesa de 100.000 millones de dólares al año para mitigar los efectos del cambio climático en las naciones menos ricas. La promesa es preciosa… pero nunca se llegó a cumplir realmente. En comparación con otras áreas bien dotadas en los presupuestos nacionales, el porcentaje que las naciones destinan a atajar los efectos del calentamiento global, a la investigación científica de nuevas tecnologías o a la aplicación de las medidas internacionales es, simple y llanamente, ridícula.
En tercer lugar, el economista señala un problema interesante al que denomina “síndrome del aprovechamiento gratuito”. Los países dependen unos de otros para actuar y esto es un punto muy perjudicial. A pesar de las bellas y emocionantes palabras de los discursos de nuestros políticos, lo cierto es que afrontar la crisis climática es un trabajo conjunto y global. Mientras algunos países se esfuerzan realmente por cumplir los acuerdos alcanzados, otros se están haciendo los remolones, refugiados en la falsa idea de que los esfuerzos de los primeros servirán para compensar los incumplimientos de los segundos. Paradójicamente, son siempre los países más contaminantes los que se acogen a ese erróneo pensamiento.
Mientras tanto, el Frente Popular de Judea vuelve a reunirse en Glasgow con discursos potentes, bellos propósitos y eternos amagos de acción, mientras siguen sentados sin moverse.
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Referencias científicas y más información:
William Nordhouse “Why Climate Policy Has Failed” Foreign Affairs
James Temple “The Glasgow climate talks will fall short. Here are other ways to accelerate progress” Tecnology Review MIT
Timperley, Jocelyn. “The Broken $100-Billion Promise of Climate Finance — and How to Fix It”. Nature, vol. 598, n.o 7881, octubre de 2021, DOI:10.1038/d41586-021-02846-3.