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CRITICA DE LA FORMA DEL AGUA – UN FILM DE GUILLERMO DEL TORO – 13 NOMINACIONES AL OSCAR.
POR – ERIK ESTRADA- CINEGARAGE.
Encierro. La forma del agua comienza comunicando encierro y silencios en particular de Elisa (genial Sally Hawkins), una empleada de limpieza dentro de un laboratorio gubernamental que es al mismo tiempo una fábrica de sueños y de pesadillas. Elisa es amiga de Zelda (estupenda Octavia Spencer) y en las horas de trabajo comparten conversaciones particulares distintas a las de los demás. Elisa es muda, se siente incompleta, lleva esa carga y eso acentúa su grado y su importancia dentro del laboratorio: junto con Zelda (que es afro americana) está en lo más bajo de la pirámide patriarcal de ese mundo, que se parece mucho al nuestro a pesar de estar ubicado en el corazón de la Guerra Fría.
Encierro. La voz de Elisa no existe y la de Zelda nunca es escuchada más que por Elisa, pero el encierro termina en un juego de fantasías muy al estilo de Del Toro cuando ellas se convierten en la maravillosa llave de entrada al mundo que está a punto de desplegarse ante nosotros. En ese laboratorio pasan cosas muy extrañas todo el tiempo y el guión usa a estas mujeres para, después de un nuevo evento (la aparición de un ser anfibio), decirnos que si ellas creen sin cuestionamientos lo que acaba de ocurrir, nosotros también podemos hacerlo.
Quien acepte la invitación entrará a una de las películas mejor elaboradas de los últimos años, con capas y niveles de lectura prácticamente infinitos y que aparecen a lo largo de la narración sin depender de los giros del guión. Es decir, los niveles de lectura surcan la pantalla sin mostrarse demasiado, pidiendo a los iniciados hacer el apunte para entender esta nueva historia de Guillermo del Toro (el autor) desde el punto de vista del feminismo (el esquema machista es dibujado con la elegancia y la sutileza de la que carece cualquier desplante machista), o del discurso verde (este nuevo ser acuático en la filmografía de Del Toro es también una especie de dios de los ecosistemas arrasados por el bien del capitalismo explotador de hidrocarburos); también puede leerse como una historia de migrantes y refugiados (el anfibio está en la ultraconservadora Baltimore en contra de su voluntad); se le puede adjudicar una lectura alrededor del racismo (Strickland, un magnífico Michael Shannon, es la encarnación de la torpe lógica supremacista y el ser acuático es llamado fenómeno por su apariencia y su idioma); está también la lectura de aquellos víctimas del concepto de lo normal y de la normalidad, por un lado está Elisa que carece de voz y de “rango” en la pirámide en la que sobrevive, por otro lado la criatura acuática a la que Strickland animaliza en todos los sentidos; también el protector de Elisa, Giles, un artista homosexual atrapado en el círculo del capitalismo anti creador y la propia Zelda, a la que el racismo trata como inferior en todos los sentidos.
Esta última lectura parece ser, dentro de la avalancha de ideas que Del Toro acomoda en una alucinante vitrina ante nosotros, el mejor molde en el que pueden aparecer y desaparecer las otras, pero también porque le deja elaborar un nuevo hilo conductor que se parece en mucho a Romeo y Julieta y que le permite a Del Toro presentar tantas referencias cinematográficas como se le antoje comenzando por el hecho/pretexto de que Elisa vive en el mismo edificio en donde se aloja el cine del barrio. ¿Será que Elisa tiene también prohibido soñar como los demás?
En esta nueva forma de los amantes eternos de Shakespeare, Del Toro encuentra dos caminos más para hacer todavía más universal y multi referencial su historia, una historia de amor en muchos sentidos. Primero su estética, centrada desde el comienzo en tonos verdes que a veces parecen enfermizos, otras una señal de “siga”, unas más que comunican frialdad y método: tan verdes son las señales de tránsito como los azulejos del baño de Elisa, su casa, los archiveros del laboratorio, el autobús que usa todos los días, su propio vestido.
La película juega con esos tonos y su discurso no lógico -meramente emocional- también como un discurso de normalidad, una herramienta que subraya el encierro de Elisa tanto en sus rutinas como en sus ideas, ahorcadas y mutiladas como su voz. Pero también le dan la oportunidad a Del Toro de insertar un nuevo color cuando el cambio en su historia y en sus personajes tiene que comunicarnos más de lo que la narración convencional requiere. Del Toro inyecta rojo en Elisa de forma tan sutil y tan oportunamente que celebra -sin desviar un milímetro su historia- al sexo como tal (recordemos que estamos en la ultra conservadora Baltimore), a la sangre que es igual en todos no importa qué tanto nos llamen fenómenos, al amor de Romeo y Julieta y al amor del género femenino, orillado y encasillado como débil y que toma una nueva importancia en La forma del agua llegada de la época en la que está ambientada la película: la Guerra Fría.
Ubicados en ella, Del Toro entra a las bases y evidencia la retórica y el engaño que en su momento dividió al mundo entre buenos y malos con sobredosis de testosterona. En ese ambiente Del Toro inserta una reapreciación de la aventura en El monstruo de la Laguna
Negra (EUA, 1954) no sólo para darnos la posibilidad de leer su historia desde el tema de lo monstruoso y lo “normal”, sino para revitalizarla con un giro hacia lo femenino tremendamente propositivo.
Para nadie es un secreto que muchas de las películas serie B y de ciencia ficción producidas en la Guerra Fría estaban diseñadas para enseñar al público a temer lo que viniera de fuera, a lo extraño, a lo diferente. El monstruo de la Laguna Negra es un ejemplo ideal para recordarnos eso (el ser acuático es casi equivalente al King Kong figura de lo sensual que roba “a nuestra mujeres”). Pero también es un ejemplo que le permite a Del Toro dejar claro que la apariencia no debe afectar los sentimientos (amorosos y no) hacia alguien, no importa lo que la pirámide patriarcal diga. Es decir y hay que repetirlo, Del Toro aboga más por la historia de Romeo y Julieta que por la del King Kong amenazante y destructor.
La forma del agua, con todas estas capas abriéndose y cerrándose como flores de una jungla activa, viva, palpitante, es un dibujo de la Guerra Fría (un thriller en forma podríamos decir) como elemento de control del pensamiento y los actos del mundo entero, la manifestación más burda del Gran Hermano, un duelo de falos orgullosos que hicieron del planeta un parque de ensayos nucleares.
Pero es también un reclamo del autor que al recoger su historia de amor, improbable, rechazada (el tema de los nuevos matrimonios y los matrimonios interraciales también está presente) nos dice que incluso en situaciones tan tensas como la de ese periodo histórico, un acercamiento más femenino (amoroso y protector) nos habría heredado un mundo más armónico, menos bíblico (enormes los discursos de Strickland) y en consecuencia menos apocalíptico.
Emergiendo desde ahí, desde el centro de este torbellino de inspiración y de imágenes que siempre son más de lo que se ve a simple vista (quizá Del Toro es, entre muchísimos, quién mejor elabora símbolos y metáforas para el cine), el guión, las imágenes, el conjunto logrado en la película, suelta el latigazo final al acomodar con sutileza y romanticismo (del bueno) la última capa de su narración, una que nos devuelve a sus eternas reflexiones alrededor de lo bello y lo monstruoso, presente en toda su filmografía, que saca a la superficie todas las posibles lecturas de la película (la migrante, la ecológica, la sensual, la racial). Al re contar la Guerra Fría y declarar que todo pudo ser diferente, Del Toro deja hablar a los Romeos y Julietas callados por las infantiloides peleas de sus Montescos y Capuletos, a los trabajadores de la base de la pirámide, a las mujeres que muchos ignoran, a los fenómenos que muchos señalan, a los científicos que muchos descalifican, a los migrantes que pocos comprenden, a los enamorados que se comunican sin palabras: La forma del agua termina el encierro y da voz a los Sin Nombre.
La forma del agua
(The Shape of Water, EUA, 2017)
Dirige: Guillermo del Toro
Actúan: Sally Hawkins, Michael Shannon, Doug Jones, Octavia Spencer
Guion: Guillermo del Toro, Vanessa Taylor
Fotografía: Dan Laustsen
Duración: 119 min.
 

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