Una pregunta que sigue dando que hablar entre investigadores de todas las disciplinas, mientras se analizan vertientes desde la salud mental, las cuestiones de sociabilización y los efectivos efectos de contagio utópico
En la mayoría de los países, los intentos de reducir la circulación del coronavirus se han basado principalmente en medidas restrictivas, incluida la evitación de interacciones sociales, la prohibición de movimientos dentro del territorio nacional, y el cierre de todas las actividades no esenciales, entre ellas, el cierre de las escuelas, un bien intangible que, según se demuestra por las acciones realizadas, ha sido considerado “no esencial” según expresan dos profesionales que se han abocado a profundizar este análisis.
Susanna Esposito, Clínica Pediátrica del Hospital Infantil Pietro Barilla perteneciente la Universidad de Parma, Italia; y Nicola Principi perteneciente a la Universidad de los Estudios de Milán, del mismo país, han indicado que “si bien el cierre de fábricas y evitar otras interacciones sociales junto con el lavado de manos adecuado siguen siendo las mejores medidas para reducir la carga total de COVID-19, se puede debatir la utilidad del cierre de escuelas”.
Es muy probable que la razón más importante que llevó a los gobiernos a cerrar escuelas fue la evidencia de que la introducción temprana de esta medida restrictiva había sido eficaz para reducir las tasas de incidencia de la influenza y los problemas clínicos, sociales y económicos relacionados durante los brotes de influenza estacional y pandémica. “Sin embargo, no es del todo seguro que se puedan esperar las mismas ventajas en el caso de la pandemia de COVID-19”, advierten los especialistas. Incluso es posible que el cierre de escuelas tenga efectos negativos y genere mayores problemas médicos, económicos y sociales.
Enfermar al no educar
Los estudios de modelos parecen indicar que el cierre de escuelas puede ser significativamente eficaz para el control de infecciones solo cuando los brotes se deben a virus con baja transmisibilidad y las tasas de ataque son más altas en niños que en adultos. Esto se aplica a los virus de la influenza y la infección por influenza, pero no parece válido para los coronavirus, incluido el SARS-CoV-2, que tiene una dinámica de transmisión diferente, o para el COVID-19, que afecta principalmente a adultos y personas de edad avanzada.
Se ha calculado que el número esperado de casos generados directamente por 1 caso de infección por SARS-CoV-2 es alto y no inferior a 2,5. Además, los niños menores de 10 años representan solo el 1% de los casos de COVID-19, y aunque algunos de ellos pueden experimentar una infección asintomática, el número total de pequeños con infección por SARS-CoV-2 parece menor de lo esperado.
Aunque no hay datos oficiales disponibles, hasta donde se sabe, del cierre de escuelas durante la epidemia de COVID-19, la escasa relevancia de esta medida restrictiva parece confirmada por la evidencia de que en Taiwán, la propagación de COVID-19 se minimizó sin generalizar cierres de escuelas planificados. Por otro lado, utilizando datos de población y escuelas del Reino Unido junto con cifras sobre la dinámica de transmisión del SARS-CoV-2 calculados en la primera pandemia de COVID-19 en China, se predijo que el cierre de escuelas sería insuficiente para mitigar la pandemia.
Finalmente, el pobre efecto del cierre de escuelas durante las epidemias de coronavirus ya se ha evidenciado en algunos estudios realizados durante la epidemia de SARS. En China, se descubrió que el cierre de la escuela durante 2 meses no era significativamente efectivo para la prevención de enfermedades, principalmente debido a la muy baja incidencia de enfermedades sintomáticas entre los niños en edad escolar. Además, en Taiwán se evidenció que el riesgo de transmisión de la infección entre los niños en un aula era muy bajo, con un R 0menos de 1, destacando claramente que la ausencia de concurrencia a clase solo podría ser marginalmente efectivo.
En una revisión sistemática de 2020, se demostró que no hay datos sobre la contribución relativa del cierre de escuelas al control de transmisión del SARS-CoV-2. Las cifras del brote de SARS en China continental, Hong Kong y Singapur sugieren que el cierre de escuelas no contribuyó al control de la epidemia. Estudios de modelado recientes de COVID-19 del Reino Unido utilizando datos del brote de Wuhan, China, predijeron que el cierre de escuelas por sí solo evitaría solo del 2% al 4% de las muertes, mucho menos que otras intervenciones de distanciamiento social.
Ver la salud más allá del COVID-19
“Si bien la eficacia del cierre de escuelas es discutible -a ojos de los profesionales-, no se pueden ignorar las posibles consecuencias negativas de esta medida”. Algunas afectan a la familia: para cuidar a los más pequeños cuando las guarderías y escuelas están cerradas, los padres deben permanecer en casa, con inevitables consecuencias económicas. Además, cuando los padres son trabajadores de la salud, esto puede tener efectos médicos importantes. En los Estados Unidos, se ha calculado que la ausencia del trabajo del 15% de los trabajadores de la salud puede estar asociada con un aumento significativo de la mortalidad por COVID-19.
Si los padres deben trabajar y los abuelos deben convertirse en los principales cuidadores de los niños, aumenta significativamente el riesgo de que estas personas, que por sí mismas tienen el mayor riesgo de contraer una enfermedad grave, se infecten, y esto es lo que sucedió en Italia en las primeras 2 semanas. cuando se decidió el cierre de la escuela pero no se detuvieron otras actividades laborales. Además, el no funcionamiento de los colegios puede generar riesgos de profundizar las desigualdades sociales, económicas y de salud, particularmente en países de ingresos limitados.
En los países donde tuvo lugar la epidemia de ébola entre 2014 y 2016, el cierre de escuelas se asoció con un aumento del trabajo infantil, la violencia y los problemas socioeconómicos.
Finalmente, la educación a distancia a través de tecnologías digitales que ha sido planificada por varios países para reemplazar la escuela tradicional puede ser difícil de implementar incluso en algunos países industrializados. Los profesionales citan como ejemplo que en Italia, una encuesta de 2015 realizada por el Instituto Nacional de Estadística mostró que en las zonas más pobres del país, el 41% de los hogares no contaba con tablet ni computadora personal y que entre las familias con al menos 1 hijo, solo el 14,3% podía garantizar la educación a distancia. Cifras que claramente hacen repensar en los datos que se expresan en Latinoamérica a la hora del distanciamiento escolar que muchos menores han experimentado a causa de la no inclusión digital, sin contar, además, los efectos de deserción inevitable que el modelo a distancia implica.
“Esto significa que un grupo relevante de niños puede quedar sustancialmente excluido no solo del aprendizaje sino también de cualquier forma de socialización con sus compañeros y con el mundo circundante”, aseguran los investigadores. Todas estas limitaciones explican por qué algunos expertos sugieren que las posibles ventajas del cierre de escuelas, si las hay, deben sopesarse con los efectos secundarios adversos. “En lugar del cierre total de la escuela, se podrían implementar estrategias alternativas para contener la transmisión, como reducir el tamaño de las clases, el distanciamiento físico y la promoción de la higiene”, aportan.
Otro problema importante pero no resuelto estrictamente relacionado con el cierre de la escuela es cómo y cuándo se puede reabrir el establecimiento. Durante los brotes de influenza, la reapertura se ha asociado con el riesgo de un resurgimiento de la epidemia. Se desconoce la mejor solución para la pandemia de COVID-19. Se ha sugerido que los niños que dan positivo en las pruebas serológicas podrían reingresar. Se supone que la positividad podría permitir la identificación de niños que ya han sido infectados, pueden considerarse protegidos y pueden asistir sin presentar riesgos per se para otros niños. Sin embargo, el uso de este procedimiento puede ser fuertemente criticado. La sensibilidad de las pruebas de anticuerpos actualmente disponibles es subóptima. La mayoría de los niños tienen una infección asintomática. Además, incluso cuando se miden los niveles de IgG, no es posible establecer si los niños están protegidos o cuánto tiempo puede durar la protección. Se desconocen el nivel seguridad de anticuerpos y la respuesta inmune secundaria. Tomados en conjunto, estos factores parecen indicar que la mayoría de los niños con positividad de IgG no pueden identificarse y, incluso si se identifican, no pueden considerarse protegidos a largo plazo.
Otros criterios, como la adopción sistemática de mascarillas con algunas lecciones sobre este tema y sobre todas las medidas de higiene para la prevención del COVID-19, el cribado con mediciones de temperatura o el cierre de aulas con estudiantes infectados, deben seguirse cuando se reanude el ciclo lectivo, enumeración orientativa que los profesionales italianos aportan en su documento.