Julia Alegre Barrientos
El conjunto arqueológico de Chichén Itzá es, todavía, un misterio por descubrir. O eso piensan los científicos que quieren explorar sus entrañas allí donde el ojo humano moderno nunca ha llegado. Un equipo de investigadores está apunto de comprobar si sus sospechas son ciertas o, por el contrario, una ensoñación acorde con sus deseos más ambiciosos. Pero ¿cómo lograr alcanzar un punto del que no se tienen pruebas definitorias sin que, en el trascurso de la tarea, Chichén Itzá pueda ser dañada? Aunque suene paradójico, bombardeando el lugar.
El método no es pionero, pero sí del todo innovador en México tanto nunca se ha realizado y mucho menos en una construcción del tamaño y la importancia de Chichén Itzá, situada en la península de Yucatán. Para ello, científicos del Instituto de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se han unido al proyecto internacional NAUM (muografía para usos arqueológicos no invasiva, por sus siglas en inglés) a través del cuál bombardearán con rayos cósmicos el castillo de Kukulcán, la más grande de las edificaciones que conforman Chichén Itzá. Por este proceso inédito, que no nuevo, pretenden obtener una radiografía completa de la zona arqueológica que les devuelva la imagen de sus entrañas. Así podrán desvelar toda la estructura interna de la macroestructura y descubrir si esconde o no cámaras secretas en la segunda subestructura, la parte más subterránea del edificio.
“Somos una colaboración de cuatro universidades. Está la UNAM, la Universidad dominicana, la de Virginia y la Estatal de Chicago, estas últimas de Estados Unidos. Existe la hipótesis y hay un poquito de evidencia… Porque hay alguna excavación que llega a descubrir que hay una base, pero nunca se ha llegado ahí. Se sabe que hay una base, pero todo es muy hipotético”, indica Arturo Menchaca Roca, investigador titular del Instituto de Física de la UNAM y uno de los líderes de la investigación. Se trata de un método no invasivo que emplea como ‘herramienta’ los muones, unas partículas elementales subatómicas similares al electrón que se generan de forma natural cuando los rayos cósmicos colisionan contra las capas superiores de la atmósfera.
“Lo primero que vamos a hacer es poner el detector dentro de la pirámide y con el detector verificar la localización de las cámaras. A partir de ahí, nuestro segundo objetivo es explorar. Imaginen que los muones son balas y que tienen la suficiente energía para apenas atravesar una roca”, explica Edmundo García, de la Universidad Estatal de Chicago. Con el detector de muones, los científicos podrán calcular la densidad de la pirámide y mapear las zonas ocupadas por rocas y las áreas menos densas. Es ahí, en ausencia de rocas, donde los muones probaran que, efectivamente, el castillo de Chichén Itzá esconde un hueco, pasadizo o cámara, dependiendo de su tamaño, nunca antes delimitados. “La idea es hacer una radiografía con los muones para tratar de encontrar cambios de densidades dentro de la pirámide”, continúa García.
Seis meses para obtener los resultados esperados en Chichén Itzá
La investigación dará comienzo formal en verano de 2024. El ‘bombardeo’, para ser más exactos, porque los primeros trabajos en la zona ya han comenzado. Por el momento, el equipo de científicos ha escaneado la pirámide de Kukulkán para obtener medidas exactas de su dimensión y conocer la densidad de los materiales con los que fue erigida. Una vez de comienzo la detección de muones, se espera obtener los resultados definitivos que prueben o descarten la hipótesis en aproximadamente seis meses. Además de la compleja operación que supone recabar datos a partir del uso de estas partículas fundamentales, estos deberán ser analizados con precisión en las cuatro universidades participantes del proyecto y, de ahí, extraer un modelo tridimensional que de cuenta de los huecos (o cámaras secretas) descubiertas.
Los investigadores están expectantes y son optimistas. Los precedentes les acompañan. Hace un año, y a través de esta misma técnica, se confirmó la existencia de un vacío de nueve metros de largo, casi dos de alto y dos de ancho en la Gran Pirámide de Giza, en Egipto. Un gran corredor del que ahora se sabe que existe, pero no cuál fue su función allá por el año 2.600 a.C, cuando esta maravilla del mundo fue terminada. Un misterio que, es más que probable, nunca se logre desentrañar.