LA NACION
Noventa años de mirada desafiante, noventa años de amor a los animales, noventa años de ser un símbolo sexual. Brigitte Bardot fue y es esa mujer que alimentó fantasías, que sufrió de amor, de excesos, que estuvo al borde de la muerte y resucitó con el propósito de luchar por la preservación de la fauna y el Medio Ambiente.
Hace rato que a la estrella no se la ve en público, el paso del tiempo la llevó a recluirse en su casa de Saint Tropez, donde a partir del 28 de septiembre, inaugurará la novena década de su vida. Algo que, como no podía ser de otra manera, la tiene sin cuidado. Es más, la molesta: “Estoy harta de este cumpleaños -le confiesa al periodista de AFP que llama y la saluda-. Ya me cansé, porque es un acoso. Realmente estoy muy solicitada por todos lados. Afortunadamente no cumplo 90 años todos los días. Es adorable, pero llega un momento en que hay que decir basta. A veces me digo que preferiría tener 20 años”.
Tal deseo revela más que una expresión, si se tiene en cuenta que por entonces, mediados de la década del 50, Brigitte ya tenía una carrera de modelo e iniciaba una incipiente carrera como actriz. También creía haber encontrado el amor en brazos de un cronista de Paris Match, un tal Roger Vadim, con el que se había casado dos meses después de cumplir 18 años; y también comenzaba a construir un personaje mediático en base a declaraciones polémicas que, sabía muy bien, serían tomadas y amplificadas por la prensa.
Bardot tenía un mundo a sus pies y por delante. El mismo que hoy recuerda mirando atrás, y por encima del hombro. En referencia al cine, hoy asegura estar “muy orgullosa de la primera parte de mi existencia, que logré y que ahora me permite tener una notoriedad mundial que me ayuda mucho en la protección de los animales, pero pasé la página hace más de 50 años. Estoy muy contenta de haber llegado a una edad tan avanzada, aunque realmente no pienso en ella. Para mí, todos los días son iguales, los afronto con la misma facilidad que antes. Veo pasar el tiempo y me parece que todo va muy bien. A mí no me importa la vejez. ¡Ni siquiera la vi llegar! No la siento”.
Una tal Brigitte Bardot
En 1956, Brigitte Bardot cobraba un millón de francos por película (una fortuna para entonces), ella sentía que los valía y tenía razón. Su presencia en pantalla era imponente, una marca indeleble que quedaba en la retina de quien la mirara, pero ella quiso ir por más. “Te voy a convertir en el sueño prohibido de todos los hombres”, le dijo Vadim cuando le dio el guion de la que sería su primera película como director: Y Dios creó a la mujer. Ella aceptó las condiciones: el pelo rubio, la ropa ajustada, delineador negro en los ojos, y un desnudo que fue el golpe de gracia para que todos hablaran de ellos. A favor o en contra, no importaba. La revista Life se refirió al film y a ella con el siguiente piropo: “Desde la Estatua de la Libertad, ninguna francesa había proyectado tanta luz sobre Estados Unidos”. La película tuvo un coletazo mediático inesperado, que fue la pasión fulminante que se dio entre la estrella y su compañero de rubro, Jean-Louis Trintignant. Para cuando se estrenó Y Dios creó a la mujer, Brigitte se había separado de Roger Vadim, y este había bendecido públicamente la nueva relación: “Trintignant era muy celoso. Cuando filmábamos escenas de ellos dos desnudos, a mí me parecían graciosas, pero a él no. Por eso, el cordón umbilical entre B. B. y yo se rompió con el último ‘Corten’”.
Tan escandalosa se volvió aquella ruptura, que los paparazzi comenzaron a seguir a la joven estrella, y a hacer un detalle pormenorizado de cada una de sus relaciones. Así, Brigitte Bardot no solo se convirtió en un símbolo sexual en la pantalla, sino también en la vida real. Una fama que en su momento le sirvió (y que alimentó), pero que con el tiempo decidió poner en su lugar: “Yo nunca he sido una libertina. No he cometido más que actos naturales que quizá sean considerados pecado por la Iglesia Católica o las personas retrógradas. Pero yo soy yo. Lo que es bello me parece normal, y viceversa. No me avergüenzo de nada de mi vida. Lo asumo todo. No he ido por ahí con portaligas y medias negras. No, iba en cuero, o al menos con un bikini minúsculo. No había nada de perverso, de extraño, de malsano, de pornográfico. Ahora me importa un bledo, he pasado la página. Pero no me arrepiento de nada”.
De amor en amor, llegaron a su vida Sacha Distel y Jacques Charrier, y la actriz se encontró en una disyuntiva. Así consignaba LA NACIÓN sus recuerdos en 1996: “ Dormía con Sacha y soñaba con Jacques. Mi lado Libra me ha ayudado mucho. Yo me inclinaba de día hacia Jacques y Sacha me daba seguridad por la noche ”. Charrier se convirtió en su segundo marido, y padre de su único hijo, un embarazo que estaba muy lejos de los planes de la estrella, pero que continuó por el hecho de no querer ser “madre soltera”. Recuerda en sus memorias: “Nunca en mi vida tuve ganas de ser madre. Tuve ganas de gritar: ‘¡No me importa mi hijo, no quiero verlo más!’. Me importa un rábano lo que la gente piense de mí. Si no he educado a mi hijo es porque no era capaz de hacerlo. Tenía necesidad de que se ocuparan de mí. Necesidad de una madre y no de un hijo. Estaba desarraigada, perdida en un mundo de locura furiosa. ¿Qué le hubiera mostrado a mi hijo? La vida de una loca que llora todo el tiempo, que sale con cualquiera y en cualquier momento”.
Brigitte Bardot comenzó a tomar calmantes y alcohol, muchas veces en exceso, como una manera de terminar con una vida que no tenía sentido para ella. El éxito, la fama, los escarceos íntimos (de Alain Delon a Warren Beatty o Mick Jagger) con parejas a las que presentaba como “mi gigoló”, nada alcanzaba. Hasta que un compromiso con la ecología, que hasta ese momento no sabía que tenía, le brindó un motivo para seguir viviendo.
Huyo de la humanidad
Brigitte Bardot había tocado fondo, literalmente. El 28 de septiembre de 1983, el jardinero de su mansión la encontró flotando en la piscina, inerte gracias a una combinación de pastillas y alcohol. Su último amor, Alain Bougrain-Dubourg, la había dejado la noche anterior.
La actriz ya había dejado al cine, y en ese momento decidió también ponerle pausa a los hombres. Su nueva pasión fue dedicarse al proteccionismo y al cuidado de todo tipo de animales. Su vocación fue tan grande que, aún hoy, considera que el mejor regalo para su cumpleaños número 90 sería: “la abolición del consumo de carne de caballo. “Cuando dejé el cine fue lo primero que pedí, que no se matara ni se comieran más caballos en Francia. Pero después de 50 años de súplicas a gobiernos y presidentes, no he recibido nada. Y no tengo tiempo, no tengo otros 50 años para seguir esperando. Habría sido para mí un regalo maravilloso”.
A pesar de la edad, y de la lógica merma de fuerzas, el espíritu combativo de la actriz y militante ambientalista sigue intacto: “Estoy decepcionada de que nadie haya, al menos, tenido la idea de hacer algo. Ha quedado en el olvido. Porque además, el pueblo francés es maravilloso. Han escuchado, me han apoyado. Son formidables. Me escriben cartas que me hacen sentir muy bien. Les agradezco infinitamente el ánimo que me aportan. Me gustaría tener un resultado antes de dejarles a todos ustedes, definitivamente. Lo merezco”.
Ese compromiso, para ella insoslayable, se demuestra también en su preocupación frente a injusticias recientes relacionadas con el activismo ecológico. Bardot demuestra estar muy bien informada sobre lo que sucede en el mundo, resaltando una especial preocupación sobre el caso de Paul Watson: “Es un problema gravísimo, que me hace sufrir mucho. Le están haciendo sufrir una injusticia flagrante. Noruega, Islandia y Japón contradicen la moratoria sobre la caza de ballenas firmada por todo el mundo. Y es Paul Watson quien está acusado. Es increíble”. El reconocido ambientalista fue víctima de una orden de detención internacional emitida en Japón, que se hizo efectiva en Groenlandia el 22 de julio último. Watson, protagonista del reality Whale Wars, es conocido por sus enfrentamientos directos con buques balleneros y fundador de las organizaciones Sea Shepherd y de la Captain Paul Watson Foundation (CPWF).
A la hora de los balances, y dispuesta a no bajar los brazos, a los 90 Brigitte Bardot mira hacia atrás y rescata de aquella chica rubia y extremadamente sensual su autodeterminación, su espíritu desafiante y su compromiso con los demás, que en muchos casos estuvo por encima del que practicó con ella misma. Y si se trata de ir hacia adelante, entrecierra los ojos y ensaya una respuesta muy simple: “Lo que me hace sentir mal, por ejemplo, es la situación de los animales: las cosas no mejoran. Lo que me hace sentir bien es mi forma de ver la vida, de interesarme en la naturaleza, de huir de la humanidad. Huyo de la humanidad y tengo una soledad silenciosa que me sienta muy bien”.