El tiburón representa uno de los más claros ejemplos de éxito evolutivo. Llevan en este planeta desde hace 400 millones de años y han desarrollado un amplio abanico de adaptaciones que les han permitido poblar y gobernar los océanos de todo el mundo, desde los mares cálidos del Caribe hasta las gélidas aguas polares. Son poderosos, aerodinámicos, veloces y sigilosos. Poseen sentidos que rivalizarían con cualquier superhéroe de ficción: son capaces de olfatear a kilómetros de distancia, escuchar el más mínimo chapoteo e incluso pueden detectar impulsos electromagnéticos de su presa. Son el depredador definitivo y eso que aún no hemos investigado con detalle todas sus asombrosas habilidades, entre las que se encuentra también una increíble capacidad de curación y regeneración.
En 2006 se avistó a un tiburón ballena joven que exhibía una aleta dorsal brutalmente amputada en su parte superior. Cinco años más tarde, ese mismo ejemplar fue visto de nuevo, pero su aleta estaba completamente amputada. Unos años más tarde, un equipo de biólogos marinos publicó en Current Biology uno de los estudios más completos sobre regeneración en elasmobranquios apuntando a una eficaz combinación de tejido cicatricial y tejido regenerado.
No contamos con demasiada literatura científica sobre regeneración en tiburones y las oportunidades para estudiarlos son escasas. Realizar un análisis completo y calcular el proceso de curación de especies silvestres resulta muy complicado debido a nuestra incapacidad de observar a esos mismos individuos a lo largo del tiempo. Sin embargo, una de esas raras ocasiones se acaba de hacer pública en el Journal of Marine Sciences con el sugerente título de “Resiliencia en las profundidades: primer ejemplo de regeneración de aletas en un tiburón sedoso después de una lesión traumática”.
Los tiburones sedosos (Carcharhinus falciformis) residen principalmente en aguas profundas con fondos de hasta 4000 metros, siguiendo plataformas continentales y adyacentes a arrecifes. En julio de 2022, el buzo profesional y reportero de vida marina Josh Schellenberg se encontraba trabajando en las costas cercanas a Jupiter, Florida (EEUU) cuando divisó y consiguió fotografiar un ejemplar adulto que mostraba una lesión traumática, una herida con consecuencias importantes con una pérdida que los investigadores estimaron en un 20,8% de su dorsal.
Al año siguiente, el tiburón reapareció nuevamente en las mismas costas pero, 332 días después de la primera fotografía, su aleta se había recuperado notablemente hasta alcanzar el 87% de su tamaño original.
Las fotografías proporcionadas por los buzos han permitido realizar mediciones precisas del crecimiento de las aletas y confirman un aumento aproximado del 10,7 % en el área de la aleta, lo que indica regeneración de tejido, tal y como sospechaban estudios anteriores.
Los investigadores calcularon además la tasa de curación de la herida y concluyeron que la herida inicial se cerró completamente en el día 42, un plazo de recuperación notable y que coincide con tasas de curación estimadas para otros tiburones.
Sabemos que las lesiones externas a los tiburones son un fenómeno natural que se produce con relativa frecuencia en eventos de apareamiento, comportamientos agresivos, encuentros violentos con otras especies o intentos de depredación, sin embargo las lesiones causadas por el hombre, ya sea por desechos marinos, pesca furtiva o colisiones con embarcaciones se han vuelto cada vez más comunes a medida que el espacio humano y el de los tiburones continúan superponiéndose. Estudiar con más detalle las tasas de curación y las capacidades regenerativas de los tiburones ayudará a adoptar mejores medidas de protección, reduciendo en lo posible nuestro impacto en los cientos y cientos de especies diferentes de tiburones que existen en el planeta.
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