Julia Alegre Barrientos
El campo de la Física ha estado, está y estará colmado de mujeres, como Alejandra Jáidar, a pesar de la invisibilidad que durante siglos ha caracterizado su trabajo. El de ella y el de tantas otras. Mucho antes de la aparición de Marie Curie, considerada la madre de la Física moderna, hasta llegar a Donna Strickland, la primera ganadora del premio Nobel de Física del siglo XXI (se hizo con el galardón en 2018) y la tercera en la historia (Curie en 1903 y Maria Goeppert-Mayer 60 años después). La lista de nombres de físicas, con ‘a’, sería interminable si tan solo nos diéramos a la tarea minuciosa de buscarlas, encontrarlas y publicitarse. Mujeres que como la veracruzana sentaron las bases para que hoy cada vez más estudiantes accedan a la carrera sin distinción de género. O, como mínimo, con menos obstáculos.
A Alejandra Jáidar le deben el resto de mexicanas con pretensiones en la ciencia el haber puesto la primera piedra para normalizar que una mujer puede desempeñarse como física al mismo nivel que cualquier varón. Es la primera en la historia del país en graduarse en esta disciplina y recibir el título universitario que la acredita como tal. Y es importante esta aclaración. Porque Jacinta probablemente no fue la primera en soñar con lograrlo, ni en tratar de alcanzarlo ni mucho menos dedicar su vida al estudio de una de las ciencias naturales más complejas y fundamentales. A propósito del Día Internacional de la Mujer, que se celebra cada 8 de marzo, es de justicia recordar la vida de Jáidar y sus logros. Que fueron muchos, pero también escasos a propósito de su trágica muerte cuando apenas tenía 50 años. Una carrera truncada por el cáncer de estómago que padecía y que la privó de recorrer un camino prometedor muy a nuestro pesar (pesar de la humanidad en su conjunto).
La mexicana de origen libanés nació en Veracruz en 1938; era la mayor de cuatro hermanos. Tras unos años en Puebla, la familia se trasladó al Distrito Federal donde Alejandra Jáidar comenzó sus estudios de secundaria en Universidad Femenina de México. Su paso por la institución fue determinante para que comenzara a germinar en ella un interés vocacional por las ciencias. Ahí conoció a la matemática Teresa Sánchez de Padilla, quien la animó a estudiar una carrera en alguna rama científica, y a María Esther Ortiz Salazar, otra estudiante que, con el tiempo, se convertiría en amiga de batallas de Alejandra, compañera de universidad y en la segunda mujer en la historia de México en graduarse con el título de física. Ambas fueron las pioneras en recibir su titulación gracias a sendas investigaciones en el campo de la física nuclear experimental, su especialidad.
A pesar de las reticencias de su padre, José Jáidar, que no apoyó la decisión de su hija mayor, Alejandra Jáidar ingresó a los 17 años en la Facultad de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y pronto comenzó a trabajar bajo la tutela del ingeniero Marcos Mazari. En 1961, con 23 años, presentó su tesis ‘Determinación de las energías de excitación de los núcleos ligeros y los primeros intermedios a través de reacciones (d, p) y (d, α)’, que le valió la tan ansiada licenciatura. Durante toda su carrera, centró sus trabajos en la aplicación de los métodos de la física nuclear como herramienta de análisis en otras áreas de la Física. Ejerció de profesora en la Facultad de Ciencias de la UNAM e investigadora en el Instituto de Física, donde se destacó como jefa del departamento de física experimental. Fue divulgadora, con el objetivo de acercar la ciencia al ciudadano raso, y organizó diferentes talleres, conferencias y ferias para tal efecto.
La físico Alejandra Jáidar que nunca quiso que la definieran como tal, sino con ‘a’
Una de las principales contribuciones de Jáidar fue la de promover la construcción del acelerador de partículas Tandem Van de Graaff en el Instituto de Física, que, hasta el momento, continúa siendo el más grande de América Latina. Su labor para recabar fondos por medio de la colaboración público-privada fue determinante para que la compañía Ingenieros Civiles Asociados financiara la construcción del edificio que lo contiene. La mexicana logró ver las instalaciones terminadas y el acelerador en su sitio. Sin embargo, nunca pudo escucharlo “rugir”. Murió en 1988, antes de que el proyecto al que había dedicado gran parte de sus esfuerzos y vida se pusiera en funcionamiento. Por sus aportes para llevar a buen puerto esta tarea titánica, la sala de experimentación del acelerador de partículas lleva su nombre.
Un dato curioso que se asocia a Alejandra Jáidar y dice mucho del carácter combativo que desplegó esta mujer en vida fue su total oposición a la que definieran como físico. Un malestar que manifestó cuando recibió su título de graduada y se percató de la inscripción de la palabra en el certificado. Ella no era físico, sino física, con ‘a’. Y sí, es importante señalar esta distinción hasta que no haya necesidad de destacarla. Sucederá el mismo día en el que no haya nada que reivindicar el 8 de marzo porque la tan anhelada igualdad ya no será una aspiración, sino una gesta conquistada.