LA NACION
Hay películas que marcan un antes y un después en la infancia y adolescencia de personas en todo el mundo, sobre todo si en estas prima la fantasía y la acción. Las crónicas de Narnia: el león, la bruja y el ropero fue uno de los films más populares de 2005, año en el que se estrenó; tanto así que lanzaron dos entregas más después de la primera. Pero no solamente las cintas se llevaron el aplauso del público, sino también sus protagonistas, entre estos, Georgie Henley.
La joven, quien en la actualidad tiene 28 años, alcanzó la fama por su papel de Lucy Pevensie, la niña que descubrió un mundo mágico a través del armario, precisamente donde la aventura comenzaba. Pero lejos de la ficción, en la vida real le tocó vivir un hecho que la marcó para siempre y que poco tiene que ver con la magia. A los 18 años se enteró que sufría fascitis necrosante, una extraña enfermedad por la que casi pierde un brazo, hecho que reveló hace un tiempo atrás.
Según explica el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido, este cuadro es causado por una bacteria, puede ocurrir si una herida se infecta y necesita tratamiento hospitalario inmediato. La bacteria libera toxinas que dañan el tejido cercano y los primeros síntomas, similares a los de la gripe, pueden convertirse rápidamente en vómitos e hinchazón de las áreas afectadas y provocar problemas graves, como envenenamiento de la sangre (sepsis) e insuficiencia orgánica.
A través de una publicación en su cuenta de Instagram, la joven explicó que la infección le dejó cicatrices que quiso ocultar durante toda su vida. “Viví la vergüenza de sentirme diferente. Me llevó mucho tiempo sanar tanto física como mentalmente, pero esperaba que algún día fuera el momento adecuado para hablar de lo que pasó. Hoy es un comienzo”, comenzó diciendo.
La fascitis necrosante apareció en la vida de Henley cuando estaba a punto de comenzar la universidad. Según explicó, su brazo corría el riesgo de ser amputado, por lo que fue sometida a una “agotadora cirugía invasiva”, y después a otro procedimiento reconstructivo con injertos de piel, lo que le dejó cicatrices.
Las marcas que tenía en el brazo incrementaban su inseguridad y hacía todo para taparlas. “Durante los últimos nueve años estuve abierta acerca de mis cicatrices en mi vida personal, pero las escondí completamente en cualquier contexto profesional”, escribió. Como tenía miedo de que no la tomaran para ningún trabajo, dedicaba tiempo a cubrirlas con vendas y maquillaje, y lucía prendas con mangas y pantalones para poner la mano izquierda en el bolsillo.
“La industria de la que formo parte a menudo se centra en una idea muy estrecha de lo que se considera ‘perfección’ estética, y me preocupaba que mis cicatrices me impidieran conseguir trabajo. La verdad es que no existe tal cosa como la ‘perfección’, pero aún vivo con la vergüenza de sentirme diferente, exacerbada por las expectativas que vinieron al comenzar mi carrera desde temprana edad”, señaló.
Sin embargo, después de casi una década de sentirse avergonzada, comenzó a aceptarse. “Mis cicatrices no son algo de lo que avergonzarse. Son un mapa del dolor que mi cuerpo ha soportado, y lo más importante es un recordatorio de mi supervivencia”, expresó.
“No afectan mi capacidad como actriz, y estoy orgullosa de ser una persona que tiene cicatrices visibles en esta industria. Estoy segura de que hablaré más sobre mis experiencias en el futuro, pero hoy simplemente estoy feliz de sentirme, por primera vez en mucho tiempo, finalmente libre”, completó.
Hoy, Georgie sigue actuando y es escritora. A través de su perfil de Instagram, donde tiene 374.000 seguidores, comparte parte de sus poemas, se muestra segura de sí misma y se convirtió en una gran inspiración para muchas otras mujeres.