Ignacio A. Bravo: El general porfirista condecorado por torturar y masacrar mayas
En 1899, Porfirio Díaz le encomendó, a pesar de su avanzada edad, liderar las tropas que confrontarían a los mayas en la península yucateca para dar fin a la Guerra de las Castas, iniciada en 1847.
Aunque ha sido simplificada como “de castas”, no era solo una lucha entre mayas y “blancos” (cualquier mexicano/a sin ascendencia indígena directa). Las razones son evidentes: violencia sistémica, xenofobia, robo. Sin embargo, el Gobierno estaba convencido de que “esos bárbaros” eran el problema; el conflicto había durado demasiado y debían aplacarlos.
Finalmente, en 1901, el Ejército logró suprimir a los mayas. Bravo avisó al gobernador de Quintana Roo en una breve misiva: “Sr. Gobernador del Estado: tengo el honor de participar a Ud. que hoy ocupé esta plaza”. Recibió medallas de los gobiernos federal y estatal.
Se estima que 250 000 personas murieron en los más de 50 años que duró la guerra. Ahora suena como un tipo que seguía su brújula moral, aunque estuviera descompuesta.
Pero la historia continúa. Después de la victoria, Bravo no volvió con su estimada familia. Se quedó para reconstruir la zona, donde renombró una ciudad en su honor: Santa Cruz de Bravo. Cuando digo “reconstruyó”, quiero decir que creó lo que él llamó “cuerpo de operarios”: una colonia penal con miles de indígenas esclavizados a labor forzada como represalia.
Muchos fallecieron por las condiciones y la explotación. Un exterminio. Historiadores han llamado este lugar Infierno verde y Siberia mexicana. Uno pensaría que habiendo sido prisionero él mismo se comportaría mejor, pero no.
El 3 de mayo de 2021, el Estado mexicano ofreció una disculpa a mayas y yaquis “por las medidas xenofóbicas y genocidas” tomadas. Además, formó la Comisión Presidencial para la Conmemoración de Hechos, Procesos y Personajes Históricos de México para “rescatar la memoria histórica y hacer justicia”, según la CNDH.